Sanidad de las heridas emocionales
Me dijo una vez una vendedora de frutas que los plátanos son como la gente; si se golpean mucho se pueden estropear.
Como todos tenemos nuestros golpes, doy gracias a Dios por su programa de curarnos las heridas. Cristo vino “para vendar a los quebrantados de corazón”, “para darles una corona de belleza en vez de escombros, el aceite de gozo en vez del luto, y un manto de alabanza en vez de un espíritu decaído.” (del profeta Isaías, capítulo 61:1,3).
Me ha cambiado la vida y conozco a muchos otros que también han recibido la sanidad. Pero mucha gente no quiere ir a ese médico porque no le gusta el tratamiento que receta. Hay que admitir que nosotros también hemos contribuido al problema y recibir el perdón de eso. Hay que dejar de hacer las cosas que nos llevan por mal camino. Hay que perdonar a los que nos han ofendido, aunque no lo merezcan y no es justo y preferimos quedarnos resentidos. Pero ¿si es precisamente ese resentimiento que nos mantiene deprimidos, enojados, y a veces enfermos?
No es posible amar a nuestro prójimo del corazón hasta que dejemos que el Espíritu Santo quite toda la mugre que tenemos acumulada en nuestra alma. Él nos puede dar una perspectiva totalmente diferente acerca de nuestra situación. Y nos da el deseo y el poder de hacer el cambio.
En contraste con los plátanos, los humanos estropeados nos podemos volver a estar bien.
Como todos tenemos nuestros golpes, doy gracias a Dios por su programa de curarnos las heridas. Cristo vino “para vendar a los quebrantados de corazón”, “para darles una corona de belleza en vez de escombros, el aceite de gozo en vez del luto, y un manto de alabanza en vez de un espíritu decaído.” (del profeta Isaías, capítulo 61:1,3).
Me ha cambiado la vida y conozco a muchos otros que también han recibido la sanidad. Pero mucha gente no quiere ir a ese médico porque no le gusta el tratamiento que receta. Hay que admitir que nosotros también hemos contribuido al problema y recibir el perdón de eso. Hay que dejar de hacer las cosas que nos llevan por mal camino. Hay que perdonar a los que nos han ofendido, aunque no lo merezcan y no es justo y preferimos quedarnos resentidos. Pero ¿si es precisamente ese resentimiento que nos mantiene deprimidos, enojados, y a veces enfermos?
No es posible amar a nuestro prójimo del corazón hasta que dejemos que el Espíritu Santo quite toda la mugre que tenemos acumulada en nuestra alma. Él nos puede dar una perspectiva totalmente diferente acerca de nuestra situación. Y nos da el deseo y el poder de hacer el cambio.
En contraste con los plátanos, los humanos estropeados nos podemos volver a estar bien.
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