Si no tienen macarrones, que coman filetes
Siguiendo el proyecto de dar gracias a Dios por algo cada día por un mes, hoy quiero celebrar la manera en que Él provee lo necesario. Para ilustrar, le cuento algo que pasó cuando de recién casados mi marido me dijo que teníamos que invitar a cierto caballero anciano a almorzar con nosotros.
Sin entrar en un montón de detalles, diré que yo reconocía la necesidad de hacerlo. Sin embargo, intenté razonar con mi marido, porque era el fin de mes y no había ido a compras. Era un domingo a mediodía, y la invitación sería para acción inmediata. No había nada que comer en casa, ni para nosotros. ¿Un invitado? ¡Imposible! Ni le podría poner macarrones en frente.
Pero la necesidad prevaleció y dije que el Señor tendría que proveer. Nos acercamos al anciano y Edwin me presentó como su nueva esposa. Cuando le invitamos a comer, reaccionó de una manera sorprendente. Dijo que consideraba muy especial que unos jovencitos invitaran a un viejo así, y que no aceptaba nuestra oferta. En vez de eso, dijo que él nos sacaba a nosotros a comer en un restaurante. Te puedes imaginar el alivio que experimenté.
¡Y cuál restaurante eligió! Era un lugar elegante y carísimo, donde nunca habíamos soñado entrar. Disfrutamos varias horas de conversación con él, pues resultó ser una persona con muchas facetas interesantes.
Dios jamás ha vuelto a usar la misma manera de sacarme de un apuro. (Lástima ¿eh?) Pero he aprendido que cuando me comprometo a hacer lo que Él me ha dicho que haga, lo que necesito estará.
Sin entrar en un montón de detalles, diré que yo reconocía la necesidad de hacerlo. Sin embargo, intenté razonar con mi marido, porque era el fin de mes y no había ido a compras. Era un domingo a mediodía, y la invitación sería para acción inmediata. No había nada que comer en casa, ni para nosotros. ¿Un invitado? ¡Imposible! Ni le podría poner macarrones en frente.
Pero la necesidad prevaleció y dije que el Señor tendría que proveer. Nos acercamos al anciano y Edwin me presentó como su nueva esposa. Cuando le invitamos a comer, reaccionó de una manera sorprendente. Dijo que consideraba muy especial que unos jovencitos invitaran a un viejo así, y que no aceptaba nuestra oferta. En vez de eso, dijo que él nos sacaba a nosotros a comer en un restaurante. Te puedes imaginar el alivio que experimenté.
¡Y cuál restaurante eligió! Era un lugar elegante y carísimo, donde nunca habíamos soñado entrar. Disfrutamos varias horas de conversación con él, pues resultó ser una persona con muchas facetas interesantes.
Dios jamás ha vuelto a usar la misma manera de sacarme de un apuro. (Lástima ¿eh?) Pero he aprendido que cuando me comprometo a hacer lo que Él me ha dicho que haga, lo que necesito estará.
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