Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

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Lugar: Indiana, United States

16.6.07

Una amiga en la cárcel

Pregunté por la salud de una amiga que generalmente tiene cara de sufrida. Me contó sus problemas, concentrándose en un daño que alguien le había hecho hacía años. Había sido un asunto serio, y no me sorprendió mucho cuando ella dijo que a esa persona no le iba a perdonar nunca.

No me sorprendió, pero sí me entristeció, porque podía ver que mi amiga sufría mucho pensando en sus heridas. Le dije que no me parecía justo que la persona estaba haciéndole sufrir dos veces: el daño original y ahora la amargura y la tristeza que le estaban arruinando la vida. Ella admitió que era cierto lo que yo decía.

Yo recordaba la libertad y alegría que yo había experimentado cuando al fin podía perdonar a algunas personas que me habían agredido, y se lo conté. Luego le animé a hacer igual, a perdonar a su enemigo para estar libre ella.

Ella explotó. Declaró que eso no tenía perdón de Dios y que jamás iba a dejar de hacer sufrir a esa persona. Señalé que la persona que estaba sufriendo no era el otro, sino ella misma, y que el otro a lo mejor ni sabía de su resentimiento. No le importaba.

Intenté acercarme por otro camino. Sabiendo que solía asistir a misa, el pregunté por su manera de rezar el Padre Nuestro. Allí se pide que nuestro Padre Celestial perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si no queremos perdonar, estamos pidiendo que Dios no nos perdone a nosotros. Ella dijo que no tenía nada que ver porque ella era una persona buena y nunca había hecho nada semejante a nadie.

En ese momento las circunstancias forzaron que nos despidiéramos hasta otro día. Las dos nos fuimos tristes, ella por lo de siempre y yo porque se cumplía en ella lo que Jesucristo dijo que sucedería a los que no querían perdonar. En Mateo 18: 23 - 35 cuenta la parábola de los dos deudores, en que un siervo a quien su señor había perdonado una deuda no quiso perdonar a otro. Dice, "Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."

Si no queremos perdonar, Dios nos deja en manos de "los verdugos", para sufrir del resentimiento, del odio, de la tristeza, de la depresión. Nos da la llave de la cárcel. Si perdonamos, salimos libres. Si no, seguimos torturados. Tanta gente prefiere no perdonar, y queda en la cárcel.

Pero tenía razón mi amiga. Es una persona buena comparada con la mayoría de la gente. Siempre está ayudando a alguien. Tal vez por allí está el problema. Cada uno se considera bueno, y son los otros los malos. Si no tengo nada por el cual buscar el perdón de Dios, si nunca he experimentado la bendición de saber que Dios ha perdonado mi pecado por la sangre de Cristo, difícilmente me motivo a perdonar a otros. En Efesios 4: 32, San Pablo nos exige que nos perdonemos los unos a los otros como Dios también nos ha perdonado en Cristo.

Parece que la libertad no es para los buenos, sino para los que reconocen que son pecadores.