¿Por qué a ella sí y a mí no?
Hace unos años una amiga estaba sentada en nuestra salita contándonos cuánto había sufrido porque tenía los pies malformados. Se quitó los zapatos para mostrarnos cómo eran. No podía caminar mucho porque le dolían. Tenía que usar zapatos especiales que costaban una fortuna y además siempre eran feos. Cuando niña había sufrido mucho de la mofa de los otros niños.
Como ella tenía una fe bastante fuerte en Jesucristo, mi marido sugirió que ofreciera sus pies al Señor. Ella hizo el gesto de estirar las piernas, y todos vimos que los pies se enderezaron. De verdad. No le tocamos, ni oramos ni nada. Sanada. (Y sigue bien de los pies hasta hoy).
Cuando nos habíamos recuperado de la sorpresa bastante para poder hablar, ella se despidió de nosotros y se fue a su casa para mostrar lo sucedido a su marido, pasando primero por una zapatería para comprar los primeros zapatos normales que en su vida había tenido. Su marido, que no creía que Dios operara en el mundo, quedó impresionado.
Me alegré mucho de lo que le había pasado. Pero luego pensaba que yo también tengo un pie malo, resultado de un accidente hace unos años. También tengo que ponerme zapatos feos y cuidar cómo ando. Y hace unos días caí y volví a torcer el pie y me duele aún más. ¿Por qué el Señor sanó a ella y a mí no?
Creo que cada persona es cada persona y Dios nos trata como individuos, no en masa. Tiene planes buenos para mí y también para mi amiga, y encima de las dos, para el bien de todos. Cada persona tiene su papel en el gran diseño. Una vez San Pedro le preguntó a Jesucristo cuál sería el futuro de San Juan, y Jesús le contestó, "¿Qué te importa a ti? Sígueme tú" (Juan 21:22). Si le seguimos tendremos buenas aventuras, pero no serán las mismas aventuras que tienen nuestros vecinos. A mí me dio el privilegio de ver el milagro de la sanidad de mi amiga, pero sin tener que pasar por todo el sufrimiento que ella pasó. Estoy contenta.
Como ella tenía una fe bastante fuerte en Jesucristo, mi marido sugirió que ofreciera sus pies al Señor. Ella hizo el gesto de estirar las piernas, y todos vimos que los pies se enderezaron. De verdad. No le tocamos, ni oramos ni nada. Sanada. (Y sigue bien de los pies hasta hoy).
Cuando nos habíamos recuperado de la sorpresa bastante para poder hablar, ella se despidió de nosotros y se fue a su casa para mostrar lo sucedido a su marido, pasando primero por una zapatería para comprar los primeros zapatos normales que en su vida había tenido. Su marido, que no creía que Dios operara en el mundo, quedó impresionado.
Me alegré mucho de lo que le había pasado. Pero luego pensaba que yo también tengo un pie malo, resultado de un accidente hace unos años. También tengo que ponerme zapatos feos y cuidar cómo ando. Y hace unos días caí y volví a torcer el pie y me duele aún más. ¿Por qué el Señor sanó a ella y a mí no?
Creo que cada persona es cada persona y Dios nos trata como individuos, no en masa. Tiene planes buenos para mí y también para mi amiga, y encima de las dos, para el bien de todos. Cada persona tiene su papel en el gran diseño. Una vez San Pedro le preguntó a Jesucristo cuál sería el futuro de San Juan, y Jesús le contestó, "¿Qué te importa a ti? Sígueme tú" (Juan 21:22). Si le seguimos tendremos buenas aventuras, pero no serán las mismas aventuras que tienen nuestros vecinos. A mí me dio el privilegio de ver el milagro de la sanidad de mi amiga, pero sin tener que pasar por todo el sufrimiento que ella pasó. Estoy contenta.
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