Un vaso de agua fría
Ayer acompañé a la familia de un amigo que pasaba por el quirófano. Mientras los miembros de la familia se ocupaban entre sí por unos minutos, me puse a hablar con la señora sentada a mi lado en la sala de espera.
La pobre mujer estaba tan cansada que se le caían las cosas de las manos. No habiá dormido en casi 30 horas a causa de su preocupación por su hija, que también estaba siendo intervenida. Se sentía culpable porque dormitaba porque creía que su deber era vigilar.
Le dije que me parecía muy normal que tenía tanto sueño si no había dormido por tanto tiempo. También le recordé que los discípulos de Jesucristo no pudieron resistir el sueño en una ocasión tan importante como la oración de su Señor en Getsemaní, y que luego los mismos se llamarían santos a pesar de su sueño. Cuando mencioné a Jesús, ella sonrió y dijo que necesitaba mucho de Él en su situación actual. Íbamos a seguir hablando, pero en ese momento la llamaron porque su hija salía del quirófano.
Unos 45 minutos después ella volvió. Su hija estaba bien, pero quería agradecerme la conversación. Eso me sorprendió porque yo no consideraba que hubiera sido gran cosa. Para mí no lo era, pero para ella aparentemente sí. Estaba sola y necesitaba el apoyo de otra persona humana y también de Dios.
Después que ella se fue de nuevo me puse a pensar. ¿Cuánta gente en esa sala de espera también necesitaba algo así? Hay muchas personas que se sienten solas. A lo mejor me topo diariamente con docenas de personas que necesitan un toque de solidaridad, una sonrisa, una palabra de ánimo, que a mí no me costaría nada darlo. Tal vez por eso Jesucristo dijo que cosas tan pequeñas como un vaso de agua fría ofrecidas al prójimo en Su nombre tienen valor.
Pido a Dios que me haga más sensible a lo que Él quiere dar a la gente, y que yo no sea tan tacaña con mi amor.
(Ah, sí, mi amigo también salió bien de su operación).
La pobre mujer estaba tan cansada que se le caían las cosas de las manos. No habiá dormido en casi 30 horas a causa de su preocupación por su hija, que también estaba siendo intervenida. Se sentía culpable porque dormitaba porque creía que su deber era vigilar.
Le dije que me parecía muy normal que tenía tanto sueño si no había dormido por tanto tiempo. También le recordé que los discípulos de Jesucristo no pudieron resistir el sueño en una ocasión tan importante como la oración de su Señor en Getsemaní, y que luego los mismos se llamarían santos a pesar de su sueño. Cuando mencioné a Jesús, ella sonrió y dijo que necesitaba mucho de Él en su situación actual. Íbamos a seguir hablando, pero en ese momento la llamaron porque su hija salía del quirófano.
Unos 45 minutos después ella volvió. Su hija estaba bien, pero quería agradecerme la conversación. Eso me sorprendió porque yo no consideraba que hubiera sido gran cosa. Para mí no lo era, pero para ella aparentemente sí. Estaba sola y necesitaba el apoyo de otra persona humana y también de Dios.
Después que ella se fue de nuevo me puse a pensar. ¿Cuánta gente en esa sala de espera también necesitaba algo así? Hay muchas personas que se sienten solas. A lo mejor me topo diariamente con docenas de personas que necesitan un toque de solidaridad, una sonrisa, una palabra de ánimo, que a mí no me costaría nada darlo. Tal vez por eso Jesucristo dijo que cosas tan pequeñas como un vaso de agua fría ofrecidas al prójimo en Su nombre tienen valor.
Pido a Dios que me haga más sensible a lo que Él quiere dar a la gente, y que yo no sea tan tacaña con mi amor.
(Ah, sí, mi amigo también salió bien de su operación).
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