Jesucristo, hombre sano
(Generalmente publico aquí historias cortas de mi propia vida. Esta vez, sin embargo, respondo a las peticiones de unos amigos que habían oído que yo había escrito lo que sigue y querían leerlo).
Si alguna vez alguien tuvo que haber sentido la vergüenza, era Jesucristo.
Venía de una familia pobre en un país pequeño, ocupado por fuerzas extranjeras. Aun la región donde se crió era despreciada por sus compatriotas. Al oír de él, la primera reacción de uno que luego sería uno de sus discípulos era _ ¿De Nazaret puede salir algo de bueno?_ Su madre lo había concebido de soltera, hecho comprobable por todo vecino, y aún el que luego se consideraría como su padre tuvo dudas acerca de su madre. Sus hermanos menores no creían que Jesús fuera nada especial. La gente de su pueblo intentó matarle. Era carpintero, pero se dedicaba a la predicación itinerante, durmiendo y comiendo donde y como pudiera. Aunque el gentío pobre le seguía, los poderosos de su día lo rechazaban rotundamente. Vivía de la caridad de algunas mujeres que le seguían. Se conocía como alguien que se asociaba con prostitutas, insurreccionistas, funcionarios corruptos, y otra gente mala. Lo tildaban de glotón y borracho. Alguien así tiene que ser un sinvergüenza.
Pero no. Estaba sin vergüenza, que es completamente distinto.
Jesús había venido a lo suyo, pues como la segunda persona de la Trinidad había participado en la creación. Era de esperar que el pueblo escogido de Dios lo recibiera con entusiasmo, pero lo rechazaron. Que su mismo pueblo le echara a la calle cuando había venido para ayudarles casi no cabe en la cabeza. Él había sabido antes que venía a esta situación, porque las profecías del antiguo testamento hablan claramente del siervo del Señor que sufre el rechazo. “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isaías 53: 3).
Dios mismo había actuado como modelo de la humildad para su pueblo durante muchos años. Leemos en Isaías 65: 1 - 3 que el Señor había soportado los insultos y provocaciones de su pueblo, pero seguía dispuesto a que le encontraran, aunque no le buscaran. Seguía llamando, seguía extendiendo sus manos a un pueblo rebelde. Cristo hizo lo mismo cuando vino a la tierra. Aun cuando la gente le menospreciaba, permitió que se arrepintiera si quería. Hay que concluir que es una característica de Dios no responder ásperamente ante el rechazo y el menosprecio. Ofrecer amor y aprecio a los que menosprecian a uno no confirma su opinión, sino todo lo contrario.
Jesús vino con todo derecho de mandar en el mundo, pero por voluntad propia dejó a un lado este derecho. San Pablo describe su acción en el libro de Filipenses. “Cristo Jesús…, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2: 6 - 7). El bajonazo que habría sentido al encontrarse sujeto a la condición humana tiene que haber sido muy fuerte, pero su manera de llevarlo contrasta marcadamente con la conducta de las personas que sienten vergüenza cuando se encuentran humilladas. Cuando intentaron tirarle por un despeñadero, en vez de responder con furia, simplemente se alejó de ellos. Cuando le acusaron de echar demonios por medio del príncipe de demonios, les respondió con argumentos lógicos. Aunque dejó claro quién era y denunciaba el pecado donde lo encontraba, lo hacía con una autoridad serena, controlada, razonable. Sus oponentes, sin embargo, con frecuencia se enfurecieron. Tenían miedo.
Juan el Bautista no tenía dificultad para aceptar el ministerio de Jesús como mejor que el suyo porque conocía y aceptaba su propia identidad y también la de Jesús. Se gozó mucho al oír la voz del novio. Esto contrasta con la actitud de los gobernantes que vieron los milagros y cómo toda la gente venía a Jesús, pero reaccionaron con envidia. Sabían perfectamente quién era Jesús, pero no quisieron aceptar humildemente su posición debida bajo su autoridad, con la excepción por lo menos de Nicodemo, José de Arimatea, y posiblemente Gamaliel. Los judíos empiezan su complot para matarle supuestamente porque violaba el día de reposo y por haber llamado a Dios su propio padre, haciéndose igual a Dios (Juan 5: 17 - 18). Si hubiera dicho esto sin hacer milagros, tal vez lo habrían menospreciado por un loco inocuo. Pero la verdad acerca de su identidad les golpeó directamente en su vergüenza por no poder hacer ellos los mismos milagros, y por no tener el mismo séquito de gente.
Jesús no dependía de la opinión pública para saber quién era. En Juan 5: 41 - 44 él dice que no recibe la gloria de los hombres como hacen sus adversarios. Su identidad no se basa en lo que otros dicen de él. Los que le critican dan mucha importancia a la alabanza y afirmación mutuas. La autoridad de Jesús proviene de la relación con su Padre, algo que ellos no tienen. La dependencia de la aprobación humana hace que uno esté susceptible al efecto de la vergüenza, porque en cualquier momento puede faltar la aprobación. Esto es especialmente importante para cualquiera que tenga éxito en lo que hace, porque la envidia de otros reducirá la afirmación pública, y puede provocar calumnias y persecución.
La razón por la que Jesús podía humillarse tanto se explica en Juan 13: 3 - 5. El contexto es la última cena con sus discípulos. Jesús se levantó, se quitó el manto, se ciñó con una toalla y empezó a lavar los pies de los discípulos. Estaba haciendo el trabajo de un esclavo de muy poco rango. No estaba defendiendo su puesto como dirigente del grupo. Los discípulos sentían claramente que esta acción no le correspondía, pero él insistió. En el versículo 3 podemos descubrir la razón porque podía hacer esto.
Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó... Jesús sabía quién era. Sabía que tenía todo poder, toda autoridad. Sabía que había venido de Dios y volvía a El. No tenía que probar nada a nadie, y aún menos tenía que probarse nada a sí mismo. Su identidad no dependía de estar en un puesto de autoridad ni de portarse como una persona importante, ni de lo que dijera ni hiciera nadie más. Su capacidad para la humildad se basaba en la seguridad de su relación con Dios y en el conocimiento del gran propósito que le había traído a la tierra.
Este conocimiento era la defensa perfecta contra la vergüenza. Era importante que lo tuviera, porque unas horas después de esa cena iban a someterle a un trato sumamente vergonzante. Hoy día, cuando meditamos sobre lo que Jesús sufrió por nosotros, normalmente nos fijamos en su sufrimiento físico, en el hecho de que murió de una manera muy dolorosa como sacrificio por nuestros pecados. Sin quitarle importancia a esta verdad, podemos también prestar atención a lo que sufrió psíquicamente. El escritor de la carta a los Hebreos entendía muy bien la importancia de esto cuando escribió: “Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. (Hebreos 12: 2 - 3). Pudo menospreciar el trato vergonzante y soportar a los que hablaban en su contra.
Tomando los hechos del evangelio de Lucas, sabemos que sufrió lo siguiente:
22: 48. Fue traicionado con el beso de uno de sus seguidores. Después de dedicarles tres años de su vida preciosa, así Judas le pagó.
22: 54. Lo arrestaron como a un criminal común. No fue un proceso gentil ni respetuoso.
22: 57 - 60. Pedro niega conocerlo tres veces. Hasta sus seguidores más cercanos se avergonzaban de él.
22: 63 - 65. Los soldados se burlaron de él. Le taparon los ojos exigiéndole que profetizara diciendo quién le había golpeado. Estaban burlándose de su poder y autoridad espiritual. Era un rechazo completo a su verdadera identidad.
23: 2, 5, 10. Lo presentaron delante de Pilatos con cargas falsas como alguien que pervertía al pueblo.
23: 11. Herodes y sus soldados le menospreciaron y escarnecieron vistiéndole con ropas espléndidas.
23: 18 - 25. El pueblo prefiere liberar a un asesino en su lugar.
23: 26 - 28. Lo llevaron por las calles de Jerusalén para que todos tuvieran la oportunidad de burlarse de él. Era el equivalente a las escenas modernas en la televisión donde sacan al acusado con esposas a la calle, solo que no le permitían esconder la cara para quedar en el anonimato. También tenía que llevar la cruz a cuestas. En todas partes, el gentío tiene la tendencia a burlarse del que está perdiendo la batalla.
23: 32 - 33. La crucifixión es una muerte vergonzante en sí, porque se reserva para criminales. Dos criminales también murieron con Jesús, uno a cada lado, dando la impresión de que él era igual a ellos.
23: 34. Los soldados dividen su ropa entre ellos. Esto significa que le crucificaron desnudo. En los cuadros y las esculturas que se han hecho de la crucifixión, siempre le dejan un taparrabos, pero los romanos no eran tan considerados. El propósito era avergonzarle al máximo posible. Los judíos abominaban de la desnudez por razones tanto culturales como bíblicas. La desnudez era un componente de la vergüenza que Dios había prometido como castigo a los que se rebelaban contra El.
23: 35 - 39. Los gobernantes, los soldados y los otros crucificados se burlaron de él en la cruz. Otra vez eligen burlarse de su identidad verdadera, rechazando así la obra redentora que estaba realizando en ese mismo momento. Su propia gente guardó las distancias (vs. 49). Todos le miraban como si fuera un objeto, no una persona.
23: 38. El título que pusieron diciendo que era el Rey de los Judíos no tenía el propósito de identificarle, sino de burlarse de él.
Le humillaron, le escupieron, y le crucificaron, pero no podían causarle vergüenza. Su sumisión fue voluntaria. Recibió la humillación con dignidad y dominio propio. Como dijo el profeta Isaías de él: “Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos. Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado.” (Isaías 50: 6 - 7). En todos sus sufrimientos él no quiso asumir la vergüenza que ellos le proyectaban. No estaba avergonzado. El hecho de que otras personas nos humillen no significa que tengamos que avergonzarnos por eso.
Era importante que Cristo sufriera tal humillación, porque al morir en la cruz él llevó no solamente nuestra culpa, sino también nuestra vergüenza. Se identificó con nosotros en su muerte física, pagando el precio por nuestro pecado. Se identificó también con nosotros al dejarse humillar. Toda la vergüenza que podemos sufrir, sea merecida o no, él ya la experimentó en la cruz. Ya no es necesario que hagamos otro sacrificio por nuestros pecados, sino que al confesar nuestros pecados, podemos recibir el perdón. De la misma manera, no es necesario que sigamos sufriendo la vergüenza. El la ha llevado. “Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado”. (Romanos 10: 11)
El sufrimiento que Cristo aceptó por nosotros lo hace muy poco atractivo para muchas personas. Muchos menosprecian a un "salvador" tan débil que no puede salvarse a sí mismo. No parece un héroe triunfador, ni siquiera alguien con quien quisiéramos asociarnos. Pero cargó con nuestros pecados, y tenemos que decidir si vamos a dejar que él los lleve. También cargó con nuestra vergüenza, y se hizo tan poco atractivo como a veces pensamos que somos nosotros. Para que obtengamos la sanidad, tenemos que identificarnos con él en la vergüenza y dejar que él también la lleve.
Corrie Ten Boom describe lo que ella y su hermana sufrieron en los campamentos de concentración de los nazis por haber ayudado a unos judíos. La humillación deliberada formaba parte del sufrimiento. Un día cuando sus captores las obligaron a presentarse desnudas, recordaron que a Jesús le habían crucificado desnudo. Ellas no tenían que sentirse humilladas por el trato que recibieron. Jesucristo ya había pasado por lo mismo, y ellas podían acudir a él y recibir dignidad en vez de humillación. Iban a acompañar a Jesús "fuera del campamento", recibiendo el mismo trato que él había recibido (Hebreos 13: 13).
“Por lo cual Dios también le exaltó (a Jesucristo) hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2: 9 - 11).
Por su sumisión a la voluntad del Padre al pasar por tanta humillación, Dios le ha exaltado hasta lo sumo. Su nombre y posición están por encima del mundo entero y toda rodilla se doblará. Nos someteremos todos a Cristo, a Aquel que se ha sometido ya a mucho más de lo que nosotros tendremos que soportar en este mundo.
Cristo ha entrado en su gloria. Pero Él dijo en su oración por sus discípulos en Juan 17:22, “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.” Considerado solamente de punto de vista de la lógica, esta frase es difícil de entender. ¿Qué tiene que ver la gloria que Él da a sus discípulos con si están unidos o no? El asunto se entiende fácilmente de punto de vista de la vergüenza. La verdadera unión entre personas tiene que salir del entendimiento mutuo y la aceptación mutua. Esto es posible solamente si las personas están libres de su vergüenza para poder considerar a los demás. Esto último a su turno se facilita cuando las personas son concientes de haber recibido la gloria de Cristo. Cuando saben quiénes son, pueden relacionarse con otros sin la necesidad de envidia ni rivalidad. Pueden ser uno.
Si alguna vez alguien tuvo que haber sentido la vergüenza, era Jesucristo.
Venía de una familia pobre en un país pequeño, ocupado por fuerzas extranjeras. Aun la región donde se crió era despreciada por sus compatriotas. Al oír de él, la primera reacción de uno que luego sería uno de sus discípulos era _ ¿De Nazaret puede salir algo de bueno?_ Su madre lo había concebido de soltera, hecho comprobable por todo vecino, y aún el que luego se consideraría como su padre tuvo dudas acerca de su madre. Sus hermanos menores no creían que Jesús fuera nada especial. La gente de su pueblo intentó matarle. Era carpintero, pero se dedicaba a la predicación itinerante, durmiendo y comiendo donde y como pudiera. Aunque el gentío pobre le seguía, los poderosos de su día lo rechazaban rotundamente. Vivía de la caridad de algunas mujeres que le seguían. Se conocía como alguien que se asociaba con prostitutas, insurreccionistas, funcionarios corruptos, y otra gente mala. Lo tildaban de glotón y borracho. Alguien así tiene que ser un sinvergüenza.
Pero no. Estaba sin vergüenza, que es completamente distinto.
Jesús había venido a lo suyo, pues como la segunda persona de la Trinidad había participado en la creación. Era de esperar que el pueblo escogido de Dios lo recibiera con entusiasmo, pero lo rechazaron. Que su mismo pueblo le echara a la calle cuando había venido para ayudarles casi no cabe en la cabeza. Él había sabido antes que venía a esta situación, porque las profecías del antiguo testamento hablan claramente del siervo del Señor que sufre el rechazo. “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isaías 53: 3).
Dios mismo había actuado como modelo de la humildad para su pueblo durante muchos años. Leemos en Isaías 65: 1 - 3 que el Señor había soportado los insultos y provocaciones de su pueblo, pero seguía dispuesto a que le encontraran, aunque no le buscaran. Seguía llamando, seguía extendiendo sus manos a un pueblo rebelde. Cristo hizo lo mismo cuando vino a la tierra. Aun cuando la gente le menospreciaba, permitió que se arrepintiera si quería. Hay que concluir que es una característica de Dios no responder ásperamente ante el rechazo y el menosprecio. Ofrecer amor y aprecio a los que menosprecian a uno no confirma su opinión, sino todo lo contrario.
Jesús vino con todo derecho de mandar en el mundo, pero por voluntad propia dejó a un lado este derecho. San Pablo describe su acción en el libro de Filipenses. “Cristo Jesús…, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2: 6 - 7). El bajonazo que habría sentido al encontrarse sujeto a la condición humana tiene que haber sido muy fuerte, pero su manera de llevarlo contrasta marcadamente con la conducta de las personas que sienten vergüenza cuando se encuentran humilladas. Cuando intentaron tirarle por un despeñadero, en vez de responder con furia, simplemente se alejó de ellos. Cuando le acusaron de echar demonios por medio del príncipe de demonios, les respondió con argumentos lógicos. Aunque dejó claro quién era y denunciaba el pecado donde lo encontraba, lo hacía con una autoridad serena, controlada, razonable. Sus oponentes, sin embargo, con frecuencia se enfurecieron. Tenían miedo.
Juan el Bautista no tenía dificultad para aceptar el ministerio de Jesús como mejor que el suyo porque conocía y aceptaba su propia identidad y también la de Jesús. Se gozó mucho al oír la voz del novio. Esto contrasta con la actitud de los gobernantes que vieron los milagros y cómo toda la gente venía a Jesús, pero reaccionaron con envidia. Sabían perfectamente quién era Jesús, pero no quisieron aceptar humildemente su posición debida bajo su autoridad, con la excepción por lo menos de Nicodemo, José de Arimatea, y posiblemente Gamaliel. Los judíos empiezan su complot para matarle supuestamente porque violaba el día de reposo y por haber llamado a Dios su propio padre, haciéndose igual a Dios (Juan 5: 17 - 18). Si hubiera dicho esto sin hacer milagros, tal vez lo habrían menospreciado por un loco inocuo. Pero la verdad acerca de su identidad les golpeó directamente en su vergüenza por no poder hacer ellos los mismos milagros, y por no tener el mismo séquito de gente.
Jesús no dependía de la opinión pública para saber quién era. En Juan 5: 41 - 44 él dice que no recibe la gloria de los hombres como hacen sus adversarios. Su identidad no se basa en lo que otros dicen de él. Los que le critican dan mucha importancia a la alabanza y afirmación mutuas. La autoridad de Jesús proviene de la relación con su Padre, algo que ellos no tienen. La dependencia de la aprobación humana hace que uno esté susceptible al efecto de la vergüenza, porque en cualquier momento puede faltar la aprobación. Esto es especialmente importante para cualquiera que tenga éxito en lo que hace, porque la envidia de otros reducirá la afirmación pública, y puede provocar calumnias y persecución.
La razón por la que Jesús podía humillarse tanto se explica en Juan 13: 3 - 5. El contexto es la última cena con sus discípulos. Jesús se levantó, se quitó el manto, se ciñó con una toalla y empezó a lavar los pies de los discípulos. Estaba haciendo el trabajo de un esclavo de muy poco rango. No estaba defendiendo su puesto como dirigente del grupo. Los discípulos sentían claramente que esta acción no le correspondía, pero él insistió. En el versículo 3 podemos descubrir la razón porque podía hacer esto.
Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó... Jesús sabía quién era. Sabía que tenía todo poder, toda autoridad. Sabía que había venido de Dios y volvía a El. No tenía que probar nada a nadie, y aún menos tenía que probarse nada a sí mismo. Su identidad no dependía de estar en un puesto de autoridad ni de portarse como una persona importante, ni de lo que dijera ni hiciera nadie más. Su capacidad para la humildad se basaba en la seguridad de su relación con Dios y en el conocimiento del gran propósito que le había traído a la tierra.
Este conocimiento era la defensa perfecta contra la vergüenza. Era importante que lo tuviera, porque unas horas después de esa cena iban a someterle a un trato sumamente vergonzante. Hoy día, cuando meditamos sobre lo que Jesús sufrió por nosotros, normalmente nos fijamos en su sufrimiento físico, en el hecho de que murió de una manera muy dolorosa como sacrificio por nuestros pecados. Sin quitarle importancia a esta verdad, podemos también prestar atención a lo que sufrió psíquicamente. El escritor de la carta a los Hebreos entendía muy bien la importancia de esto cuando escribió: “Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. (Hebreos 12: 2 - 3). Pudo menospreciar el trato vergonzante y soportar a los que hablaban en su contra.
Tomando los hechos del evangelio de Lucas, sabemos que sufrió lo siguiente:
22: 48. Fue traicionado con el beso de uno de sus seguidores. Después de dedicarles tres años de su vida preciosa, así Judas le pagó.
22: 54. Lo arrestaron como a un criminal común. No fue un proceso gentil ni respetuoso.
22: 57 - 60. Pedro niega conocerlo tres veces. Hasta sus seguidores más cercanos se avergonzaban de él.
22: 63 - 65. Los soldados se burlaron de él. Le taparon los ojos exigiéndole que profetizara diciendo quién le había golpeado. Estaban burlándose de su poder y autoridad espiritual. Era un rechazo completo a su verdadera identidad.
23: 2, 5, 10. Lo presentaron delante de Pilatos con cargas falsas como alguien que pervertía al pueblo.
23: 11. Herodes y sus soldados le menospreciaron y escarnecieron vistiéndole con ropas espléndidas.
23: 18 - 25. El pueblo prefiere liberar a un asesino en su lugar.
23: 26 - 28. Lo llevaron por las calles de Jerusalén para que todos tuvieran la oportunidad de burlarse de él. Era el equivalente a las escenas modernas en la televisión donde sacan al acusado con esposas a la calle, solo que no le permitían esconder la cara para quedar en el anonimato. También tenía que llevar la cruz a cuestas. En todas partes, el gentío tiene la tendencia a burlarse del que está perdiendo la batalla.
23: 32 - 33. La crucifixión es una muerte vergonzante en sí, porque se reserva para criminales. Dos criminales también murieron con Jesús, uno a cada lado, dando la impresión de que él era igual a ellos.
23: 34. Los soldados dividen su ropa entre ellos. Esto significa que le crucificaron desnudo. En los cuadros y las esculturas que se han hecho de la crucifixión, siempre le dejan un taparrabos, pero los romanos no eran tan considerados. El propósito era avergonzarle al máximo posible. Los judíos abominaban de la desnudez por razones tanto culturales como bíblicas. La desnudez era un componente de la vergüenza que Dios había prometido como castigo a los que se rebelaban contra El.
23: 35 - 39. Los gobernantes, los soldados y los otros crucificados se burlaron de él en la cruz. Otra vez eligen burlarse de su identidad verdadera, rechazando así la obra redentora que estaba realizando en ese mismo momento. Su propia gente guardó las distancias (vs. 49). Todos le miraban como si fuera un objeto, no una persona.
23: 38. El título que pusieron diciendo que era el Rey de los Judíos no tenía el propósito de identificarle, sino de burlarse de él.
Le humillaron, le escupieron, y le crucificaron, pero no podían causarle vergüenza. Su sumisión fue voluntaria. Recibió la humillación con dignidad y dominio propio. Como dijo el profeta Isaías de él: “Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos. Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado.” (Isaías 50: 6 - 7). En todos sus sufrimientos él no quiso asumir la vergüenza que ellos le proyectaban. No estaba avergonzado. El hecho de que otras personas nos humillen no significa que tengamos que avergonzarnos por eso.
Era importante que Cristo sufriera tal humillación, porque al morir en la cruz él llevó no solamente nuestra culpa, sino también nuestra vergüenza. Se identificó con nosotros en su muerte física, pagando el precio por nuestro pecado. Se identificó también con nosotros al dejarse humillar. Toda la vergüenza que podemos sufrir, sea merecida o no, él ya la experimentó en la cruz. Ya no es necesario que hagamos otro sacrificio por nuestros pecados, sino que al confesar nuestros pecados, podemos recibir el perdón. De la misma manera, no es necesario que sigamos sufriendo la vergüenza. El la ha llevado. “Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado”. (Romanos 10: 11)
El sufrimiento que Cristo aceptó por nosotros lo hace muy poco atractivo para muchas personas. Muchos menosprecian a un "salvador" tan débil que no puede salvarse a sí mismo. No parece un héroe triunfador, ni siquiera alguien con quien quisiéramos asociarnos. Pero cargó con nuestros pecados, y tenemos que decidir si vamos a dejar que él los lleve. También cargó con nuestra vergüenza, y se hizo tan poco atractivo como a veces pensamos que somos nosotros. Para que obtengamos la sanidad, tenemos que identificarnos con él en la vergüenza y dejar que él también la lleve.
Corrie Ten Boom describe lo que ella y su hermana sufrieron en los campamentos de concentración de los nazis por haber ayudado a unos judíos. La humillación deliberada formaba parte del sufrimiento. Un día cuando sus captores las obligaron a presentarse desnudas, recordaron que a Jesús le habían crucificado desnudo. Ellas no tenían que sentirse humilladas por el trato que recibieron. Jesucristo ya había pasado por lo mismo, y ellas podían acudir a él y recibir dignidad en vez de humillación. Iban a acompañar a Jesús "fuera del campamento", recibiendo el mismo trato que él había recibido (Hebreos 13: 13).
“Por lo cual Dios también le exaltó (a Jesucristo) hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2: 9 - 11).
Por su sumisión a la voluntad del Padre al pasar por tanta humillación, Dios le ha exaltado hasta lo sumo. Su nombre y posición están por encima del mundo entero y toda rodilla se doblará. Nos someteremos todos a Cristo, a Aquel que se ha sometido ya a mucho más de lo que nosotros tendremos que soportar en este mundo.
Cristo ha entrado en su gloria. Pero Él dijo en su oración por sus discípulos en Juan 17:22, “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.” Considerado solamente de punto de vista de la lógica, esta frase es difícil de entender. ¿Qué tiene que ver la gloria que Él da a sus discípulos con si están unidos o no? El asunto se entiende fácilmente de punto de vista de la vergüenza. La verdadera unión entre personas tiene que salir del entendimiento mutuo y la aceptación mutua. Esto es posible solamente si las personas están libres de su vergüenza para poder considerar a los demás. Esto último a su turno se facilita cuando las personas son concientes de haber recibido la gloria de Cristo. Cuando saben quiénes son, pueden relacionarse con otros sin la necesidad de envidia ni rivalidad. Pueden ser uno.
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