Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

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Lugar: Indiana, United States

1.12.06

Medicina contra el orgullo

Llegué a la conclusión que yo le había hecho un favor muy grande a Dios cuando decidí creer en Él. Puesto de tal manera, se ve como el desmesurado orgullo que era, pero en ese entonces me faltaba mucho entendimiento de mi misma (y quién sabe cuánto aún me falta). Al compararme con los otros creyentes que conocía, me parecía que era más inteligente y tenía más talentos. Además me consideraba muy buena persona porque no tenía los vicios que comúnmente se encuentran en estudiantes universitarios. ¡Seguro que yo era el activo más valioso que Dios tenía en ese lugar!

(Puedes leer el historial de mi peregrinación hasta este punto en “¿En cuál lado estás tú?” del 9 de agosto y “La noche cuando me llevaron a casa” del 5 de septiembre).

Yo había aprendido muchos versículos bíblicos, incluso unos que decían que somos todos pecadores y merecemos castigo por habernos rebelado contra Dios. Pero eso era la teoría, y sabemos que la teoría a veces dista mucho de la realidad. Para mí, la realidad era que yo buscaba a Dios todos los días. Leía la Biblia. Intentaba poner en práctica lo que leía. Por ser tan buena, merecía un trato especial.

Pero tenía unos problemas con ciertos pasajes bíblicos. Por ejemplo eso de “perdónanos nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden” no me parecía bueno. Perdonar a ciertas personas era imposible y no me parecía justo tener que hacerlo cuando ni habían cambiado de actitud. Tampoco me iba muy bien el “No codiciarás”. Luego encontré que era muy fácil leer la Biblia, pero muy difícil orar. Me parecía que Dios estaba muy lejos.

Un día vi “por accidente” lo que escribió el profeta Isaías, “El poder del Señor no ha disminuido como para no poder salvar, ni él se ha vuelto tan sordo como para no poder oír. Pero tus maldades han levantado una barrera entre tú y Dios; tus pecando han hecho que él se cubra la cara y que no te quiera oír.” (59: 1 – 2). Sentía que me estaba hablando personalmente.

Empecé a ver que no era la persona ejemplar que había creído. El egoísmo y el orgullo me impedían de amar a otras personas, y había ofendido a mucha gente. La falta de vicios se debía menos a la virtud y más a la falta de oportunidad. En unos pocos minutos cambié de ser la persona más buena que yo conocía a ser la más mala.

Pero vi que tampoco era así. Yo era pecadora como cualquiera y merecía el castigo de Dios. Pero como cualquiera podría recibir el perdón porque el castigo mío lo había sufrido Jesucristo en la cruz. Ya estaba pagado. Mi relación con Dios se puso sobre otro fundamento ese día. Podría estar a su lado no por mis propios méritos, sino porque Jesucristo quiso venir a ofrecerme su perdón y una nueva vida.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Fue un gozo leer ambos "blogs" Que idea mas chevere---Te felicito

Ana Maria

9:50 p. m.  

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