El miedo y el amor
Los que me conocen ahora tienen dificultad en creerlo, pero no tuve ningún amigo hasta la edad de 20 años. Temía tremendamente a la gente. Me aislaba completamente del contacto social, porque "siempre" tal contacto resultaba en vergüenza para mí. Era como si mantuviera un muro a mi alrededor, un muro unos dos metros de alto y grueso como los muros de un castillo. Con almenas, por si acaso.
Un año después de entregar mi vida a Cristo, yo cobraba más confianza en el Señor y lo que El quería hacer en mi vida. Desarrollé el hábito de leer la Biblia todos los días. Un día leí 2 Timoteo 1: 7, y me impresionó mucho. Dice: "No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio". "Cobardía" a veces se traduce también como "miedo" o "temor". Yo sabía que tenía una actitud de temor.
Pero pude ver a partir de este versículo que Dios no me había dado tal actitud. No sabía de dónde la tenía, pero decidí que si Dios no me la había dado, no la quería. ¿Qué actitud había que tener, entonces? Dice: "una actitud de poder, de amor y de dominio propio". Me parecía una broma muy pesada. No sentía nada de poder ni amor ni dominio propio en mi interior. Pero si en teoría lo había recibido ya, decidí actuar como si fuera cierto. Cuando se me presentaba la posibilidad de tener que relacionarme con la gente, intentaba preguntarme qué haría si yo tuviera amor en vez del miedo que sentía. Luego reclamaba el poder y el dominio propio que se me prometían y actuaba como si tuviera amor, queriendo o no. Para mi completa sorpresa, no me iba mal. La gente no me rechazaba. Poco a poco iba haciendo amigos, algo que en mi vida nunca había tenido.
Unos meses después me llegó un mensaje del decano de la facultad de la universidad donde estudiaba. Normalmente una nota del decano inspira miedo en el corazón de cualquiera. Fui a verlo. Dijo que en una reunión de la facultad esa mañana habían hablado de mí. Habían notado que mi conducta había cambiado mucho últimamente, que estaba mucho más libre, mucho más alegre. Querían saber qué me había pasado.
Más de 40 años más tarde, aún tengo momentos en que el miedo quiere apoderarse de mí. Quiero esconderme detrás de mi muro y no ver a nadie. Pero ahora mi patrón normal de estar con las personas es más libre. Puedo elegir amar a mi prójimo.
Un año después de entregar mi vida a Cristo, yo cobraba más confianza en el Señor y lo que El quería hacer en mi vida. Desarrollé el hábito de leer la Biblia todos los días. Un día leí 2 Timoteo 1: 7, y me impresionó mucho. Dice: "No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio". "Cobardía" a veces se traduce también como "miedo" o "temor". Yo sabía que tenía una actitud de temor.
Pero pude ver a partir de este versículo que Dios no me había dado tal actitud. No sabía de dónde la tenía, pero decidí que si Dios no me la había dado, no la quería. ¿Qué actitud había que tener, entonces? Dice: "una actitud de poder, de amor y de dominio propio". Me parecía una broma muy pesada. No sentía nada de poder ni amor ni dominio propio en mi interior. Pero si en teoría lo había recibido ya, decidí actuar como si fuera cierto. Cuando se me presentaba la posibilidad de tener que relacionarme con la gente, intentaba preguntarme qué haría si yo tuviera amor en vez del miedo que sentía. Luego reclamaba el poder y el dominio propio que se me prometían y actuaba como si tuviera amor, queriendo o no. Para mi completa sorpresa, no me iba mal. La gente no me rechazaba. Poco a poco iba haciendo amigos, algo que en mi vida nunca había tenido.
Unos meses después me llegó un mensaje del decano de la facultad de la universidad donde estudiaba. Normalmente una nota del decano inspira miedo en el corazón de cualquiera. Fui a verlo. Dijo que en una reunión de la facultad esa mañana habían hablado de mí. Habían notado que mi conducta había cambiado mucho últimamente, que estaba mucho más libre, mucho más alegre. Querían saber qué me había pasado.
Más de 40 años más tarde, aún tengo momentos en que el miedo quiere apoderarse de mí. Quiero esconderme detrás de mi muro y no ver a nadie. Pero ahora mi patrón normal de estar con las personas es más libre. Puedo elegir amar a mi prójimo.
Etiquetas: Cómo empezaron las aventuras, Dios contesta las oraciones
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