El indicador en cero
Habíamos calculado muy mal. O tal vez, no me acuerdo muy bien, no habíamos calculado nada. Pero el resultado era que nos encontramos en el campo a unos cien kilómetros de la capital, en un enorme coche alquilado que engullía gasolina, y con el indicador de combustible en “cero”. No habría gasolinera antes de llegar a la ciudad.
Lo peor era que mis padres estaban con nosotros. Habían venido a Costa Rica para visitarnos. Les habíamos llevado, con nuestros tres niños, a conocer otras partes del país, y veníamos de regreso a la casa. Su presencia con nosotros era un problema porque ellos apenas soportaban nuestro entusiasmo para Jesucristo. Cuando decíamos algo de que el Señor nos cuidaba y nos suministraba lo necesario, mi madre generalmente respondía con un sorbo por las narices y cambiaba el tema. ¿Cómo reaccionarían si nos quedáramos inmovilizados en el campo sin recursos? Sin embargo, a mí no me tocaba defender a Dios. Él es perfectamente capaz de defender a si mismo.
Todavía funcionaba el motor, pero como no era nuestro coche no sabíamos cuánta gasolina podría quedar con el indicador tan bajo. Seguimos el camino, orando, y yo empezaba a estudiar un plano de la ciudad para descubrir el camino más corto a la primera estación que conocíamos. Cayó la noche mientras dábamos gracias por cada kilómetro recorrido.
Entramos en la ciudad y empecé a dar direcciones del plano, esperando que no hubieran cambiado el sentido de las calles de dirección única. Una sola vuelta equivocada podría dejarnos paralizados. Pronto vimos la gasolinera, a unos dos cientos metros, pero había que esperar en un semáforo en rojo, consumiendo gasolina preciosa.
Cuando las ruedas delanteras del coche tocaron la entrada a la estación, el motor dejó de funcionar. Había momento suficiente para que el resto del coche subiera la cuesta de la entrada también, así que no obstaculizamos la calle. Dando gracias a Dios empujamos el coche hasta la bomba. Otra vez el Señor nos había sacado para adelante.
Lo peor era que mis padres estaban con nosotros. Habían venido a Costa Rica para visitarnos. Les habíamos llevado, con nuestros tres niños, a conocer otras partes del país, y veníamos de regreso a la casa. Su presencia con nosotros era un problema porque ellos apenas soportaban nuestro entusiasmo para Jesucristo. Cuando decíamos algo de que el Señor nos cuidaba y nos suministraba lo necesario, mi madre generalmente respondía con un sorbo por las narices y cambiaba el tema. ¿Cómo reaccionarían si nos quedáramos inmovilizados en el campo sin recursos? Sin embargo, a mí no me tocaba defender a Dios. Él es perfectamente capaz de defender a si mismo.
Todavía funcionaba el motor, pero como no era nuestro coche no sabíamos cuánta gasolina podría quedar con el indicador tan bajo. Seguimos el camino, orando, y yo empezaba a estudiar un plano de la ciudad para descubrir el camino más corto a la primera estación que conocíamos. Cayó la noche mientras dábamos gracias por cada kilómetro recorrido.
Entramos en la ciudad y empecé a dar direcciones del plano, esperando que no hubieran cambiado el sentido de las calles de dirección única. Una sola vuelta equivocada podría dejarnos paralizados. Pronto vimos la gasolinera, a unos dos cientos metros, pero había que esperar en un semáforo en rojo, consumiendo gasolina preciosa.
Cuando las ruedas delanteras del coche tocaron la entrada a la estación, el motor dejó de funcionar. Había momento suficiente para que el resto del coche subiera la cuesta de la entrada también, así que no obstaculizamos la calle. Dando gracias a Dios empujamos el coche hasta la bomba. Otra vez el Señor nos había sacado para adelante.
Etiquetas: Dios contesta las oraciones, Dios nos cuida
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