Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

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Lugar: Indiana, United States

5.11.06

El indicador en cero

Habíamos calculado muy mal. O tal vez, no me acuerdo muy bien, no habíamos calculado nada. Pero el resultado era que nos encontramos en el campo a unos cien kilómetros de la capital, en un enorme coche alquilado que engullía gasolina, y con el indicador de combustible en “cero”. No habría gasolinera antes de llegar a la ciudad.

Lo peor era que mis padres estaban con nosotros. Habían venido a Costa Rica para visitarnos. Les habíamos llevado, con nuestros tres niños, a conocer otras partes del país, y veníamos de regreso a la casa. Su presencia con nosotros era un problema porque ellos apenas soportaban nuestro entusiasmo para Jesucristo. Cuando decíamos algo de que el Señor nos cuidaba y nos suministraba lo necesario, mi madre generalmente respondía con un sorbo por las narices y cambiaba el tema. ¿Cómo reaccionarían si nos quedáramos inmovilizados en el campo sin recursos? Sin embargo, a mí no me tocaba defender a Dios. Él es perfectamente capaz de defender a si mismo.

Todavía funcionaba el motor, pero como no era nuestro coche no sabíamos cuánta gasolina podría quedar con el indicador tan bajo. Seguimos el camino, orando, y yo empezaba a estudiar un plano de la ciudad para descubrir el camino más corto a la primera estación que conocíamos. Cayó la noche mientras dábamos gracias por cada kilómetro recorrido.

Entramos en la ciudad y empecé a dar direcciones del plano, esperando que no hubieran cambiado el sentido de las calles de dirección única. Una sola vuelta equivocada podría dejarnos paralizados. Pronto vimos la gasolinera, a unos dos cientos metros, pero había que esperar en un semáforo en rojo, consumiendo gasolina preciosa.

Cuando las ruedas delanteras del coche tocaron la entrada a la estación, el motor dejó de funcionar. Había momento suficiente para que el resto del coche subiera la cuesta de la entrada también, así que no obstaculizamos la calle. Dando gracias a Dios empujamos el coche hasta la bomba. Otra vez el Señor nos había sacado para adelante.

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