Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

Mi foto
Nombre:
Lugar: Indiana, United States

31.10.06

Un regalo de sal

Salí del supermercado dando gracias a Dios por haber podido comprar casi todo lo que necesitábamos, pero lamentando ya que las bolsas pesaran tanto. El día anterior nuestra familia de cinco personas había regresado a Costa Rica después de varios meses en Estados Unidos, y no había nada de comida en casa. Había comprado un pollo, que en ese país en ese entonces era comida de fiesta, para celebrar nuestro regreso, pero la tienda no tenía sal. Los que tenían un monopolio de la sal no la estaban vendiendo, intentando forzar el gobierno a subir el precio máximo que se había fijado para ella. Así que no se podía comprar sal por ninguna parte.

En la parada de buses encontré a una vecina. Marielos amaba muchísimo a Jesucristo, y a pesar de su falta de educación formal era una persona muy sabia, a quien yo había consultado muchas veces. Ella también venía del supermercado, pero su bolsa no estaba tan llena como las mías. Ella y su hija vivían en una casita casi vacía de muebles y apenas tenían para comer y vestirse. En la bolsa suya no habría pollo.

Ella me dio la bienvenida al país y mientras esperábamos el bus nos contamos las noticias. Le comenté mi frustración por la falta de sal, porque la sopa sin sal realmente es horrible. Ella expresó su sorpresa que yo no tenía nada, y dijo que ella sí tenía, y que yo debía que ir a su casa para que me diera algo. Antes de bajar del bus me hizo prometer que iría a su casa esa misma tarde, y que llevaría una bolsita para sal.

Cuando llegué a mi casa me puse a pensar en la oferta de sal. Me sentiría culpable quitándole algo de lo poco que tenía, pero ya no había remedio. No podía ofrecer pagarle la sal, porque lo tomaría como un insulto muy grande. Igualmente ella se habría ofendido si le hubiera ofrecido otra recompensa. Afortunadamente ella había mencionado que su hija cumplía años el día siguiente, y busqué un detalle para llevarle.

Esa tarde Marielos sacó una bolsita de un cuarto de kilo de sal y volcó la mitad en la bolsita que yo había llevado a su casa. Obviamente ella no tenía más sal, pero cuando protesté por su excesiva generosidad ella me contestó que los que tenemos debemos compartir con los que no, y así todos tendremos lo necesario. No lo dijo para reprocharme, sino pensando en llenar mi necesidad.

Volví a mi casa impresionada con una lección que todavía estoy intentando poner en práctica.

Etiquetas: