¿Un pastor alemán?
Después de caminar unos cinco minutos, gradualmente me di cuenta que la calle no era tan segura como yo había pensado. Durante el día el barrio donde acábamos de alquilar una casa parecía muy tranquilo. Pero ahora en la oscuridad el caminar hasta el buzón de correo para echar unas cartas tal vez no era muy sabio.
No había mucha gente en la calle, y la que había tenía aspecto algo extraño. Pasaban coches, pero rápidos, y los conductores no prestaban atención a los que caminaban. Tuve que decidir o seguir 300 metros más para el buzón o regresar ya a la casa y dejar las cartas para mañana. Como ya había progresado casi la mitad del camino, decidí seguir.
Sentía más y más miedo con cada paso y empecé a pedirle a Dios que me protegera, aunque yo me había metido neciamente. Yo vigilaba todo el entorno, no sé con cuál propósito, porque no tenía con qué defenderme si a alguien se le ocurriera asaltarme.
Algo se me acercaba rapidamente, cruzando un pequeño espacio verde. Era el pastor alemán más grande que yo nunca hubiera visto, y corría directamente a mí. Luché para controlar el pánico que sentía, recordando que los perros pueden detectar el miedo. Cuando ya estaba cerca le saludé en lo que esperaba fuera una voz amigable. Le pregunté si él tamibén tenía que mandar una carta y si le gustaba la brisa ligera que soplaba.
Parecía que sí, tenía que echar una carta, porque se puso a caminar a mi lado. No era exactamente a mi lado, sino un poco detrás, con la nariz cerca de mi rodilla. Seguimos caminando así unos minutos mientras yo inventaba cosas para hablar, y poco a poco yo perdía el miedo. No me iba a atacar. Mas bien parecía que había venido para acompañarme. Y eso me protegía también de otros ataques. Con un perro tan grande y tan obviamente bien entrenado a mi lado, nadie iba a meterse conmigo. Nadie sabría que no era mi propio perro. Empezaba a reírme.
Suponía que cuando llegamos al buzón y yo tenía que regresar a la casa que el perro iba a seguir su camino. Pero no. También dio la vuelta y me acompañó hasta la casa. ¿Querría también entrar en la casa? Me acerqué a la puerta y lo miré. No paró, sino seguía en la dirección de donde había venido originalmente. Volvió la cabeza para mirarme y brevemente la levantó como un adios. Yo le dije buenas noches y muchas gracias.
En todo el tiempo que vivimos en esa casa, nunca volví a ver ese perro. Creo que no era realmente un perro. Creo que Dios me había mandado un ángel para cuidarme.
No había mucha gente en la calle, y la que había tenía aspecto algo extraño. Pasaban coches, pero rápidos, y los conductores no prestaban atención a los que caminaban. Tuve que decidir o seguir 300 metros más para el buzón o regresar ya a la casa y dejar las cartas para mañana. Como ya había progresado casi la mitad del camino, decidí seguir.
Sentía más y más miedo con cada paso y empecé a pedirle a Dios que me protegera, aunque yo me había metido neciamente. Yo vigilaba todo el entorno, no sé con cuál propósito, porque no tenía con qué defenderme si a alguien se le ocurriera asaltarme.
Algo se me acercaba rapidamente, cruzando un pequeño espacio verde. Era el pastor alemán más grande que yo nunca hubiera visto, y corría directamente a mí. Luché para controlar el pánico que sentía, recordando que los perros pueden detectar el miedo. Cuando ya estaba cerca le saludé en lo que esperaba fuera una voz amigable. Le pregunté si él tamibén tenía que mandar una carta y si le gustaba la brisa ligera que soplaba.
Parecía que sí, tenía que echar una carta, porque se puso a caminar a mi lado. No era exactamente a mi lado, sino un poco detrás, con la nariz cerca de mi rodilla. Seguimos caminando así unos minutos mientras yo inventaba cosas para hablar, y poco a poco yo perdía el miedo. No me iba a atacar. Mas bien parecía que había venido para acompañarme. Y eso me protegía también de otros ataques. Con un perro tan grande y tan obviamente bien entrenado a mi lado, nadie iba a meterse conmigo. Nadie sabría que no era mi propio perro. Empezaba a reírme.
Suponía que cuando llegamos al buzón y yo tenía que regresar a la casa que el perro iba a seguir su camino. Pero no. También dio la vuelta y me acompañó hasta la casa. ¿Querría también entrar en la casa? Me acerqué a la puerta y lo miré. No paró, sino seguía en la dirección de donde había venido originalmente. Volvió la cabeza para mirarme y brevemente la levantó como un adios. Yo le dije buenas noches y muchas gracias.
En todo el tiempo que vivimos en esa casa, nunca volví a ver ese perro. Creo que no era realmente un perro. Creo que Dios me había mandado un ángel para cuidarme.
Etiquetas: Dios contesta las oraciones, Dios nos cuida
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home