Vivamos sin vergüenza
El jefe que rechaza sugerencias de sus empleados, la mujer que te cuida aunque quieres que no lo haga, y la gente que vive temiendo el “qué dirán”, pueden tener algo en común: la vergüenza.
La vergüenza y la culpa no deben confundirse. Sentimos culpa cuando sabemos que hemos hecho algo malo; nos motiva a confesar y a hacer restitución. El responder al pecado con culpa y arrepentimiento promueve la buena salud mental. En cambio, sentimos la vergüenza cuando enfocamos no lo malo que hemos hecho sino lo malo que somos. Con vergüenza, uno cree que es deficiente como persona, que no da la talla. La vergüenza nos motiva a tapar lo ocurrido y a seguir sintiéndonos mal. El habitualmente sentir vergüenza produce problemas emocionales y conflictos interpersonales. Es posible sentir las dos emociones a la vez, pero cada individuo se habitúa a responder a situaciones negativas con su propio estilo, o con culpa o con vergüenza.
Nadie nace con vergüenza. Surge del trato que recibimos de otros, especialmente de los padres. El menosprecio, los insultos, los gritos, la indiferencia, nos enseñan a mirarnos con vergüenza. A veces por nuestras acciones merecemos la vergüenza que sentimos. Pero nos afecta más que nos avergüencen cuando no lo merecemos.
La vergüenza genera el egocentrismo. La persona muy avergonzada pensará en si misma constantemente, vigilando siempre para evitar más ataques, buscando aliviar su dolor. Poner la atención exageradamente en uno mismo reduce la capacidad para la empatía y el amor. Algunos evaden la crítica con el conformismo, haciéndose tan igual a los demás como les sea posible, convirtiéndose en prisioneros del “qué dirán.” Si realmente creen que otros son mejores, experimentarán la envidia.
Hay dos estrategias comunes de aliviar el dolor de la vergüenza, una dura, la otra suave.
La manera dura es una fachada de poder y perfección. Los que eligen esta táctica quieren dar la impresión que nunca se equivoquen, que lo controlen todo y a todos, y que puedan hacer cualquier cosa. Avergüenzan a otros, poniéndoles abajo para sentirse mejor. Obviamente causan conflictos, especialmente con otros que usan la misma táctica. Si alguien cuestiona su omnipotencia o señala algún error que han cometido, se pueden poner furiosos, a tal punto que los demás lo perciben como irracional. Como nunca pueden admitir sus errores tienen mucha dificultad para entrar en el Reino de Dios, porque ¡éste es exclusivamente para los que confiesen sus pecados!
En cambio, las que usan la manera suave no esconden sus debilidades, sino las magnifican, siempre en la presencia de otras mujeres que sabrán contradecirles. A veces se dedican a servir a otros para sentirse mejor, porque el que ayuda es superior al ayudado. Los a quienes ayudan pueden resentirlo porque implica que el recipiente del servicio sea pobre o incompetente, y se sienten avergonzados. Los que sirven así a veces no saben imaginar una relación no basada en su servicio. Por eso, no se dejan aceptar la gracia. Aunque sepan que la salvación no es por obras sino por la gracia, se sienten inaceptables si no trabajan.
Jesucristo sufrió y murió para quitar nuestra culpa. Él también sufrió mucho oprobio en la cruz, pero al soportarlo tomó sobre Él nuestra vergüenza. Sin embargo no es automático experimentar esta libertad cuando venimos a Cristo. Tenemos que experimentar el amor de Dios y sentirnos aceptados por Él. También necesitamos el amor y aprecio de los hermanos. Ayudemos los unos a los otros a recibir por la gracia nuestra herencia como Hijos e Hijas del Rey y así salir de la vergüenza.
La vergüenza y la culpa no deben confundirse. Sentimos culpa cuando sabemos que hemos hecho algo malo; nos motiva a confesar y a hacer restitución. El responder al pecado con culpa y arrepentimiento promueve la buena salud mental. En cambio, sentimos la vergüenza cuando enfocamos no lo malo que hemos hecho sino lo malo que somos. Con vergüenza, uno cree que es deficiente como persona, que no da la talla. La vergüenza nos motiva a tapar lo ocurrido y a seguir sintiéndonos mal. El habitualmente sentir vergüenza produce problemas emocionales y conflictos interpersonales. Es posible sentir las dos emociones a la vez, pero cada individuo se habitúa a responder a situaciones negativas con su propio estilo, o con culpa o con vergüenza.
Nadie nace con vergüenza. Surge del trato que recibimos de otros, especialmente de los padres. El menosprecio, los insultos, los gritos, la indiferencia, nos enseñan a mirarnos con vergüenza. A veces por nuestras acciones merecemos la vergüenza que sentimos. Pero nos afecta más que nos avergüencen cuando no lo merecemos.
La vergüenza genera el egocentrismo. La persona muy avergonzada pensará en si misma constantemente, vigilando siempre para evitar más ataques, buscando aliviar su dolor. Poner la atención exageradamente en uno mismo reduce la capacidad para la empatía y el amor. Algunos evaden la crítica con el conformismo, haciéndose tan igual a los demás como les sea posible, convirtiéndose en prisioneros del “qué dirán.” Si realmente creen que otros son mejores, experimentarán la envidia.
Hay dos estrategias comunes de aliviar el dolor de la vergüenza, una dura, la otra suave.
La manera dura es una fachada de poder y perfección. Los que eligen esta táctica quieren dar la impresión que nunca se equivoquen, que lo controlen todo y a todos, y que puedan hacer cualquier cosa. Avergüenzan a otros, poniéndoles abajo para sentirse mejor. Obviamente causan conflictos, especialmente con otros que usan la misma táctica. Si alguien cuestiona su omnipotencia o señala algún error que han cometido, se pueden poner furiosos, a tal punto que los demás lo perciben como irracional. Como nunca pueden admitir sus errores tienen mucha dificultad para entrar en el Reino de Dios, porque ¡éste es exclusivamente para los que confiesen sus pecados!
En cambio, las que usan la manera suave no esconden sus debilidades, sino las magnifican, siempre en la presencia de otras mujeres que sabrán contradecirles. A veces se dedican a servir a otros para sentirse mejor, porque el que ayuda es superior al ayudado. Los a quienes ayudan pueden resentirlo porque implica que el recipiente del servicio sea pobre o incompetente, y se sienten avergonzados. Los que sirven así a veces no saben imaginar una relación no basada en su servicio. Por eso, no se dejan aceptar la gracia. Aunque sepan que la salvación no es por obras sino por la gracia, se sienten inaceptables si no trabajan.
Jesucristo sufrió y murió para quitar nuestra culpa. Él también sufrió mucho oprobio en la cruz, pero al soportarlo tomó sobre Él nuestra vergüenza. Sin embargo no es automático experimentar esta libertad cuando venimos a Cristo. Tenemos que experimentar el amor de Dios y sentirnos aceptados por Él. También necesitamos el amor y aprecio de los hermanos. Ayudemos los unos a los otros a recibir por la gracia nuestra herencia como Hijos e Hijas del Rey y así salir de la vergüenza.
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