Un día maravilloso
El miércoles pasado tuve un día maravilloso. Casi todo lo que hice me salió estupendamente. Personas con quienes tenía que hablar me llamaron o les encontré en la calle. Terminé un proyecto en que había trabajado durante meses. Se resolvió un conflicto. Progresé bastante en el proceso de limpiar mi oficina (un proyecto graaaaande). En todo el día no hubo ni dos minutos mal gastados.
Al fin del día me sentía muy bien. Entré en Facebook para saber las noticias de mis hijos y nietos. Allí encontré un mensaje de una amiga, “He sentido orar por ti hoy. He orado mucho. Cómo te ha ido el día?” Me di cuenta que mi día maravilloso no se debía a mi trabajo arduo, ni a mis grandes habilidades, ni a mi inteligencia, ni a la suerte, sino a la gracia de Dios proporcionada por las oraciones de mi amiga.
Esta mañana leí una historia en la Biblia que tiene elementos en común con mi experiencia. En Éxodo capítulo 17, Moisés manda al joven Josué a elegir unos guerreros y salir a pelear contra el pueblo de Amalec, que les había atacado. Mientras peleaban, Moisés y dos ayudantes subieron a la cumbre de un cerro donde podrían ver la batalla. Moisés oraba por ellos, extendiendo sus brazos hacia el cielo, teniendo en su mano la vara que había usado para hacer milagros. Cuando alzaba los brazos, Josué y su compañía ganaban. Cuando bajaba los brazos, perdían. Para mantenerlos arriba, los ayudantes trajeron una piedra, Moisés se sentó, y sus ayudantes le sostenían los brazos hasta la tarde cuando al fin triunfó Josué.
Entonces Dios le dijo a Moisés: “Escribe esto para memoria en un libro, y que lo oiga Josué.” Si Josué no oyera lo que había sucedido encima del cerro, podría concluir que su propia fuerza y habilidad le habría traído la victoria. Más tarde cuando le tocaría encabezar el pueblo, podría actuar de manera orgullosa, sin depender del Dios que era él que hacía los milagros de los cuales dependían.
Me impresiona el poder que tenemos a nuestra disposición cuando oramos los unos por los otros. Doy gracias por mis amigos que oran por mí. Quiero dedicar más tiempo a orar también por otros.
¿Puedo orar por ti?
Al fin del día me sentía muy bien. Entré en Facebook para saber las noticias de mis hijos y nietos. Allí encontré un mensaje de una amiga, “He sentido orar por ti hoy. He orado mucho. Cómo te ha ido el día?” Me di cuenta que mi día maravilloso no se debía a mi trabajo arduo, ni a mis grandes habilidades, ni a mi inteligencia, ni a la suerte, sino a la gracia de Dios proporcionada por las oraciones de mi amiga.
Esta mañana leí una historia en la Biblia que tiene elementos en común con mi experiencia. En Éxodo capítulo 17, Moisés manda al joven Josué a elegir unos guerreros y salir a pelear contra el pueblo de Amalec, que les había atacado. Mientras peleaban, Moisés y dos ayudantes subieron a la cumbre de un cerro donde podrían ver la batalla. Moisés oraba por ellos, extendiendo sus brazos hacia el cielo, teniendo en su mano la vara que había usado para hacer milagros. Cuando alzaba los brazos, Josué y su compañía ganaban. Cuando bajaba los brazos, perdían. Para mantenerlos arriba, los ayudantes trajeron una piedra, Moisés se sentó, y sus ayudantes le sostenían los brazos hasta la tarde cuando al fin triunfó Josué.
Entonces Dios le dijo a Moisés: “Escribe esto para memoria en un libro, y que lo oiga Josué.” Si Josué no oyera lo que había sucedido encima del cerro, podría concluir que su propia fuerza y habilidad le habría traído la victoria. Más tarde cuando le tocaría encabezar el pueblo, podría actuar de manera orgullosa, sin depender del Dios que era él que hacía los milagros de los cuales dependían.
Me impresiona el poder que tenemos a nuestra disposición cuando oramos los unos por los otros. Doy gracias por mis amigos que oran por mí. Quiero dedicar más tiempo a orar también por otros.
¿Puedo orar por ti?
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