Dios y el dinero
Muy temprano en mi camino con Jesucristo, cuando tenía unos 20 años, leí el relato del joven rico que vino a preguntar al Señor qué tenía que hacer para heredar la vida eterna (Marcos 10:17-29). Cristo le dijo que vendiera todo lo que tenía, se lo regalara a los pobres, y le siguiera a Él. El joven no quiso hacerlo y se fue triste. Me puse a considerar el significado de la historia. Como Cristo no demandaba esto a todo el mundo concluí que el problema no era que el joven tenía riquezas, sino que sus riquezas lo tenían a él. Con la confianza de neófita pensaba que yo podría hacer lo que Cristo había pedido. En ese entonces no poseía casi nada.
Siguieron unos años de pobreza económica y riqueza espiritual. Recuerdo una tarde en que caminaba sola en las calles de la ciudad de Nueva York sin ni el precio de un pedazo de pan en el bolsillo, pidiendo al Señor algo que comer. También recuerdo que al hacerlo topé a una amiga a quien no había visto por mucho tiempo, que me invitó a cenar con ella.
Corrieron muchos años. No me puse rica, pero sí cómoda. Ya no tenía que pedir al Señor mi pan de cada día porque lo tenía ya guardado en la cocina. Veía menos eventos que podría calificar como obras de la mano de Dios, hasta un día después que el Señor había indicado que yo y mi marido nos trasladáramos a Costa Rica. Empezábamos a vender y regalar nuestras cosas. Todo iba bien hasta llegar a la decisión de qué había que hacer con la mesa del comedor. Me gustaba esa mesa. Había trabajado mucho para ganar el dinero para comprarla porque era exactamente lo que quería. No podría llevarla a Costa Rica. Yo estaba al punto de declarar que no iba a trasladarme cuando me di cuenta que yo también había llegado al punto donde yo no tenía la mesa, sino que la mesa me tenía a mí.
Después de ir a Costa Rica y ver otra vez la mano de Dios moviendo no solamente en mi vida sino también en la vida de otros, pensaba que había aprendido la lección. Menos cosas, más poder.
Hasta ayer. Otra vez es necesario quitarme muchas de las cosas que no sé cómo se han acumulado en mi casa. Pensaba que sería fácil, pero me encontraba pensando de cada cosa algo como, “Realmente no debo deshacerme de esto. ¿Qué pasará si lo necesito en el futuro?” ¿Es que no he aprendido nada?
El dinero y las cosas nos decepcionan, dando la apariencia de seguridad. Pero hay dos problemas. Primero, especialmente en estos tiempos de crisis económica, el dinero nos puede faltar en cualquier momento. Segundo, si tengo mi seguridad en el dinero y las posesiones no busco tanto a Dios. Tal vez por eso Jesucristo dijo que no podríamos servir a Dios y al dinero, los dos.
Espero esta vez haber aprendido la lección. Pero considerando la historia creo que debo mantenerme alerta.
Siguieron unos años de pobreza económica y riqueza espiritual. Recuerdo una tarde en que caminaba sola en las calles de la ciudad de Nueva York sin ni el precio de un pedazo de pan en el bolsillo, pidiendo al Señor algo que comer. También recuerdo que al hacerlo topé a una amiga a quien no había visto por mucho tiempo, que me invitó a cenar con ella.
Corrieron muchos años. No me puse rica, pero sí cómoda. Ya no tenía que pedir al Señor mi pan de cada día porque lo tenía ya guardado en la cocina. Veía menos eventos que podría calificar como obras de la mano de Dios, hasta un día después que el Señor había indicado que yo y mi marido nos trasladáramos a Costa Rica. Empezábamos a vender y regalar nuestras cosas. Todo iba bien hasta llegar a la decisión de qué había que hacer con la mesa del comedor. Me gustaba esa mesa. Había trabajado mucho para ganar el dinero para comprarla porque era exactamente lo que quería. No podría llevarla a Costa Rica. Yo estaba al punto de declarar que no iba a trasladarme cuando me di cuenta que yo también había llegado al punto donde yo no tenía la mesa, sino que la mesa me tenía a mí.
Después de ir a Costa Rica y ver otra vez la mano de Dios moviendo no solamente en mi vida sino también en la vida de otros, pensaba que había aprendido la lección. Menos cosas, más poder.
Hasta ayer. Otra vez es necesario quitarme muchas de las cosas que no sé cómo se han acumulado en mi casa. Pensaba que sería fácil, pero me encontraba pensando de cada cosa algo como, “Realmente no debo deshacerme de esto. ¿Qué pasará si lo necesito en el futuro?” ¿Es que no he aprendido nada?
El dinero y las cosas nos decepcionan, dando la apariencia de seguridad. Pero hay dos problemas. Primero, especialmente en estos tiempos de crisis económica, el dinero nos puede faltar en cualquier momento. Segundo, si tengo mi seguridad en el dinero y las posesiones no busco tanto a Dios. Tal vez por eso Jesucristo dijo que no podríamos servir a Dios y al dinero, los dos.
Espero esta vez haber aprendido la lección. Pero considerando la historia creo que debo mantenerme alerta.
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