Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

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Lugar: Indiana, United States

30.7.10

En tierra seca

Hace meses que no llueve y toda la hierba se ha secado. Un día parecía que nos iba a caer agua y me aconsejaron que llevara paraguas. Respondí que no, que con mucho gusto me mojaría.

Espiritualmente me siento igual a esta tierra tan resecada. Pienso en el gozo que me daba ver la mano de Dios obrando en mi vida y en mi alrededor, y con mucho gusto me mojaría de nuevo con cosas como las cuales he escrito ya en este blog. Pero no tengo nada que decir.

En esto parece que estoy de acuerdo con un hombre que vivió hace más de tres mil años. El Rey David, hablando de su relación con Dios, escribió, “Me acordé de los días antiguos; meditaba en todas tus obras; reflexionaba en las obras de tus manos. Extendí mis manos a ti, mi alma a ti como la tierra sedienta.” (Salmo 143:5-6)

Meditando sobre esto, me acordé de una caminata que hice en este mismo terreno que muestra la foto. Aunque era de verano, se me había olvidado llevar la botella de agua, por lo cual dentro de muy poco tiempo empecé a tener una sed tremenda. Mientras meditaba, me parecía que el Señor me decía que cuando yo quisiera sentir Su presencia tanto como quería agua ese día, tendría satisfecha mi sed espiritual.

Tengo sed, pero ¡tan fácil es distraerme! Tengo que trabajar. Unas cartas urgen escribirse.  Me gusta estar con los amigos. Hay libros que reclaman ser leídos. Y tan atractivamente acechan Facebook y los juegos de ordenador.

Cuando David estaba en el desierto escribió, “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán, así te bendeciré en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos."  (Salmo 63:1-2)

Que llueva, que llueva.

24.7.10

Dios conoce mi nombre

Encontré esta foto en un paquete de cosas que salvamos de la casa de mis padres después que murieron. La niña montada en un oso de ruedas soy yo. Creo que soy la única persona viva que sabe quiénes son todos los demás.

Con mucho cuidado escribí los nombres y apellidos de todos en el dorso de la foto. Pero me pregunto ¿a quién le va a importar quiénes son? Mis hijos y mis nietos tienen su propia vida y se preocupan más por su futuro que por el pasado tan lejano. ¿Por qué me molesto en preservar la información?

Luego estaba leyendo en el libro de Génesis en la Biblia. Hay capítulo tras capítulo que consiste en listados de los descendientes de varias personas. De vez en cuando se cuenta una historia acerca de alguno, pero mayormente son nombres no más. Me he preguntado antes ¿qué importa quién fuera el hijo de Ajolibama o Reuel?

Considerando que el Señor ha dedicado tantas páginas de su palabra a tales listados, parece que por lo menos a Él le importa por alguna razón. Se acuerda de todas esas personas porque les conoce. No tienen que identificarse delante de Él por su número del documento nacional de identidad.

Aunque a veces sintamos que nadie se interese por nosotros, o que nuestra vida no tenga importancia para la historia de la humanidad, o que en el gran plan del universo seamos irrelevantes, a Dios sí le importa cada individuo. Le importa mi tía Gracia y mi tío Pablo, y Ricardo el primo de mi padre.

Dios conoce mi nombre.

3.7.10

Salmo responsorial

Este es el día que hizo el Señor. Nos gozaremos y alegraremos en él. (Salmo 118:24)

Señor, tú sabes que pensaba hacer un trabajo en el patio antes que calentara el día, pero se me olvidó poner el despertador. ¡Ay, qué calor! Pero gracias por la hora extra de sueño, porque lo necesitaba.

Este es el día que hizo el Señor. Nos gozaremos y alegraremos en él.

Yo creía que había pan para el desayuno, pero no. Tuve que salir a comprar el pan. Gracias, Señor, por la amiga que pusiste en mi camino cuando venía de la panadería. ¡Qué divertida!

Este es el día que hizo el Señor. Nos gozaremos y alegraremos en él.

Reuniones. No me gustan, especialmente cuando duran horas y horas y la gente no está de acuerdo en lo que quieren hacer. Pero gracias que ahora ese trabajo lo tenemos hecho y podemos seguir para adelante.

Este es el día que hizo el Señor. Nos gozaremos y alegraremos en él.

Hoy iba a escribir el artículo que me habían pedido, pero no podía concentrarme para nada. Un párrafo no es suficiente, pero no tengo inspiración para más. Sin embargo, pude limpiar un armario y descubrí algunas cosas muy útiles que creía que ya no existían. ¡Gracias, Señor, porque esto me resuelve un problema que tenía con unas fotos!

Este es el día que hizo el Señor. Nos gozaremos y alegraremos en él.

Me iba a llamar un amigo, pero no me llamó. Menos mal, porque acabo de descubrir que lo que le iba a decir no era lo correcto.

Este es el día que hizo el Señor. Nos gozaremos y alegraremos en él.

Al final del día, Señor, no he hecho nada de lo que yo había pensado hacer hoy. Normalmente soy capaz de arreglar un día y mantenerme disciplinada para cumplir el plan, pero hoy no. En vez de esto, tú me has arreglado el día, y lo has hecho mucho mejor que el plan mío. Mis tiempos están en tus manos. Gracias, Señor.

Este es el día que hizo el Señor. Nos gozaremos y alegraremos en él.

1.7.10

Dios y el dinero

Muy temprano en mi camino con Jesucristo, cuando tenía unos 20 años, leí el relato del joven rico que vino a preguntar al Señor qué tenía que hacer para heredar la vida eterna (Marcos 10:17-29). Cristo le dijo que vendiera todo lo que tenía, se lo regalara a los pobres, y le siguiera a Él. El joven no quiso hacerlo y se fue triste. Me puse a considerar el significado de la historia. Como Cristo no demandaba esto a todo el mundo concluí que el problema no era que el joven tenía riquezas, sino que sus riquezas lo tenían a él. Con la confianza de neófita pensaba que yo podría hacer lo que Cristo había pedido. En ese entonces no poseía casi nada.

Siguieron unos años de pobreza económica y riqueza espiritual. Recuerdo una tarde en que caminaba sola en las calles de la ciudad de Nueva York sin ni el precio de un pedazo de pan en el bolsillo, pidiendo al Señor algo que comer. También recuerdo que al hacerlo topé a una amiga a quien no había visto por mucho tiempo, que me invitó a cenar con ella.

Corrieron muchos años. No me puse rica, pero sí cómoda. Ya no tenía que pedir al Señor mi pan de cada día porque lo tenía ya guardado en la cocina. Veía menos eventos que podría calificar como obras de la mano de Dios, hasta un día después que el Señor había indicado que yo y mi marido nos trasladáramos a Costa Rica. Empezábamos a vender y regalar nuestras cosas. Todo iba bien hasta llegar a la decisión de qué había que hacer con la mesa del comedor. Me gustaba esa mesa. Había trabajado mucho para ganar el dinero para comprarla porque era exactamente lo que quería. No podría llevarla a Costa Rica. Yo estaba al punto de declarar que no iba a trasladarme cuando me di cuenta que yo también había llegado al punto donde yo no tenía la mesa, sino que la mesa me tenía a mí.

Después de ir a Costa Rica y ver otra vez la mano de Dios moviendo no solamente en mi vida sino también en la vida de otros, pensaba que había aprendido la lección. Menos cosas, más poder.

Hasta ayer. Otra vez es necesario quitarme muchas de las cosas que no sé cómo se han acumulado en mi casa. Pensaba que sería fácil, pero me encontraba pensando de cada cosa algo como, “Realmente no debo deshacerme de esto. ¿Qué pasará si lo necesito en el futuro?” ¿Es que no he aprendido nada?

El dinero y las cosas nos decepcionan, dando la apariencia de seguridad. Pero hay dos problemas. Primero, especialmente en estos tiempos de crisis económica, el dinero nos puede faltar en cualquier momento. Segundo, si tengo mi seguridad en el dinero y las posesiones no busco tanto a Dios. Tal vez por eso Jesucristo dijo que no podríamos servir a Dios y al dinero, los dos.

Espero esta vez haber aprendido la lección. Pero considerando la historia creo que debo mantenerme alerta.