Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

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Lugar: Indiana, United States

21.12.06

Feliz navidad y un año nuevo con buenas aventuras


Me imagino cómo fue. Una pareja, la mujer embarazada, exhaustos de un viaje, buscaban alojamiento en una ciudad extraña. En cada mesón, cada hostal, encontraron las mismas respuestas a su petición: “Estamos completos”, “no hay nada libre”, “no hay lugar”. Tal vez en realidad no había lugar, pero sospecho que algunas de las respuestas estaban motivadas por pensamientos como “esa gente no se ve muy respetable”, “son galileos, no son de fiar”, “ella dará a luz en cualquier minuto; aquí estamos muy cómodos; ¿por qué complicarnos la vida?”

Los que así despidieron a José y María no sabían que perdían la oportunidad de presenciar uno de los acontecimientos más importantes en la historia de la humanidad.

Hoy día el mismo Jesucristo camina por las calles de Sevilla, buscando alojamiento, alguien que le dé la bienvenida en su vida. Ya no es un bebé pobre, sino el Señor de todo. Sin embargo, sigue recibiendo las mismas respuestas que la gente dio a José y María. “Es el Siglo XXI, hombre; ¿quién va a creer tales cosas?” “Esto tiene que ver con la religión, y la Iglesia no es de fiar.” “No quiero complicarme la vida, que ya la he arreglado y creo a mi manera.” No hay lugar.

Los que así despiden a Jesús no saben que pierden la oportunidad de experimentar la aventura más increíble que se puede imaginar. No se trata de una doctrina ni de una organización, sino de una persona. A lo mejor la vida sí, se complicará bastante, pero de una manera que da gusto.

Compruébalo. Diga desde el corazón algo como “¡Ea, Señor! ¡Por aquí! Aquí tienes casa si quieres. Elegante no es, pero lo que soy y lo que tengo lo comparto contigo.”

Cuáles cosas tendrás que arreglar con él para poder vivir juntos, solamente tú sabes. Pero digo que vale la pena. No te vas a aburrir. Seguro.

15.12.06

La voluntad de Dios por escrito en 85 minutos

La Biblia promete que si pedimos sabiduría la recibiremos, y cuando necesitamos dirección la conseguiremos si realmente queremos hacer la voluntad de Dios. Pero ¡vaya qué difícil puede ser a veces!

Se nos había presentado un posible cambio de trabajo muy interesante, pero con muchos incógnitos. Los amigos con quien lo habíamos consultado habían apoyado el cambio, pero nuestros jefes, a quienes respetamos mucho, nos decían que no se podía justificar el gasto y el tiempo requeridos. El día que recibimos la carta de los jefes, lo hablamos en la sobremesa. Nuestro hijo pequeño estaba con nosotros y él por su cuenta decidió orar que Dios nos mostrara la respuesta por escrito dentro de 85 minutos. No sabemos de dónde sacó tal límite de tiempo.

Un poco más de una hora más tarde, una amiga vino inesperadamente a la casa. Dijo que había encontrado algo en el libro de Eclesiástico en la Biblia y sentía que tuviera que compartirlo conmigo, sin saber por qué. In el capítulo 37 dice que no hay que tener confianza en consejeros que pueden beneficiar si sigues su consejo, sino que hay que escuchar los que andan cerca del Señor. Era evidente que los jefes que no querían el cambio se beneficiarían de su propio consejo. La inspiración divina del libro de Eclesiástico se cuestiona, y por eso no lo leo mucho, pero el mensaje era correcto por la ocasión. Si cambiáramos del trabajo, esos jefes no tendrían autoridad sobre nosotros de todas formas.

Muchos años después, mantenemos que esa dirección era lo correcto.

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1.12.06

Medicina contra el orgullo

Llegué a la conclusión que yo le había hecho un favor muy grande a Dios cuando decidí creer en Él. Puesto de tal manera, se ve como el desmesurado orgullo que era, pero en ese entonces me faltaba mucho entendimiento de mi misma (y quién sabe cuánto aún me falta). Al compararme con los otros creyentes que conocía, me parecía que era más inteligente y tenía más talentos. Además me consideraba muy buena persona porque no tenía los vicios que comúnmente se encuentran en estudiantes universitarios. ¡Seguro que yo era el activo más valioso que Dios tenía en ese lugar!

(Puedes leer el historial de mi peregrinación hasta este punto en “¿En cuál lado estás tú?” del 9 de agosto y “La noche cuando me llevaron a casa” del 5 de septiembre).

Yo había aprendido muchos versículos bíblicos, incluso unos que decían que somos todos pecadores y merecemos castigo por habernos rebelado contra Dios. Pero eso era la teoría, y sabemos que la teoría a veces dista mucho de la realidad. Para mí, la realidad era que yo buscaba a Dios todos los días. Leía la Biblia. Intentaba poner en práctica lo que leía. Por ser tan buena, merecía un trato especial.

Pero tenía unos problemas con ciertos pasajes bíblicos. Por ejemplo eso de “perdónanos nuestras ofensas como nosotros también perdonamos a los que nos ofenden” no me parecía bueno. Perdonar a ciertas personas era imposible y no me parecía justo tener que hacerlo cuando ni habían cambiado de actitud. Tampoco me iba muy bien el “No codiciarás”. Luego encontré que era muy fácil leer la Biblia, pero muy difícil orar. Me parecía que Dios estaba muy lejos.

Un día vi “por accidente” lo que escribió el profeta Isaías, “El poder del Señor no ha disminuido como para no poder salvar, ni él se ha vuelto tan sordo como para no poder oír. Pero tus maldades han levantado una barrera entre tú y Dios; tus pecando han hecho que él se cubra la cara y que no te quiera oír.” (59: 1 – 2). Sentía que me estaba hablando personalmente.

Empecé a ver que no era la persona ejemplar que había creído. El egoísmo y el orgullo me impedían de amar a otras personas, y había ofendido a mucha gente. La falta de vicios se debía menos a la virtud y más a la falta de oportunidad. En unos pocos minutos cambié de ser la persona más buena que yo conocía a ser la más mala.

Pero vi que tampoco era así. Yo era pecadora como cualquiera y merecía el castigo de Dios. Pero como cualquiera podría recibir el perdón porque el castigo mío lo había sufrido Jesucristo en la cruz. Ya estaba pagado. Mi relación con Dios se puso sobre otro fundamento ese día. Podría estar a su lado no por mis propios méritos, sino porque Jesucristo quiso venir a ofrecerme su perdón y una nueva vida.

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