Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

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Lugar: Indiana, United States

30.8.06

La mejor enemiga

Estudiamos el español en un instituto en Costa Rica. Había clases enormes de gramática, pero para hacer ejercicios, mejorar la pronunciación, y practicar la conversación, nos dividieron en clases pequeñas de cinco a seis personas. Así que yo siempre estaba con las mismas cinco personas cuatro horas por día, día tras día, semana tras semana.

Entre esas personas había una mujer que me caía muy mal. Ella nunca estaba de acuerdo con nadie acerca de nada. Si alguien decía que x, ella decía que no, que w. No entendía nada en las clases porque no estudiaba, pero insistía en que el maestro se lo explicara otra vez, quitándonos tiempo. Hablaba en tonos muy fuertes usando muchas palabrotas. No respetaba la propiedad de otros, cogiendo libros y lápices ajenos como si fueran propios. Y no se bañaba.

Ella no era mi enemigo. Pero decidí obedecer lo que Jesucristo dijo acerca de amar a los enemigos, bendecir a los que te maldicen y orar por los que te persiguen. Cada día, entonces, empezaba el ciclo de clases pidiendo a Dios que ella dejara de molestar tanto. Pero Dios me corrigió. Eso no era bendecirla a ella, sino quejarme de ella y querer cambiarla. Para bendecir a alguien, hay que orar por él de una manera que le daría alegría si te escuchara. Cambié mi oración para pedir que ella estuviera contenta y que tuviera todo lo que necesitaba.

Después de un par de semanas, noté un cambio. Ella no me irritaba como antes. Yo suponía que esto era el resultado de mis oraciones diarias, que me estaban cambiando la actitud a mí para que ya no me concentraba tanto en las barbaridades que ella decía y hacía. Pero cuando hablé con mis compañeros de clase, descubrí que todos habían notado un cambio en ella. Era más humana, más amable. Unas semanas más tarde, me sorprendí a mi misma caminando de un lugar a otro con ella y hablando con ella como con una amiga.

Un día ella me contó su historia. Hacía poco más de un año su hija, investigadora en un laboratorio de química, había sido afectada fuertemente por un gas venenoso, que luego la dejó con vida, pero con el cerebro permanentemente afectado. Mientras la hija estaba todavía en cuidados intensivos, el marido de mi amiga sufrió un infarto serio. Un mes más tarde, su casa fue destruida por un incendio, y el seguro no era suficiente para comprar otra. Ella había decidido estudiar el español para distraerse de su situación.

Al final del curso, ella me presentó a su marido, ya recuperado, y que había llegado para recogerla. Dijo que yo era su mejor amiga. Para mí, era un honor.

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26.8.06

Para recordar lo bueno

Un día hace más de treinta años leía el Salmo 103 y encontré algo que cambiaría mucho mi vida. Dice el versículo 2, “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios.”

Lo medité unos minutos. Me di cuenta que no podía recordar bien tantas cosas buenas que Dios nos había hecho, ni las que habían ocurrido recientemente. Parecía que mi mente era un poco perversa, que recordaba mejor lo que había salido mal, las personas que se oponían a mí, lo que me hacía falta, y los errores que yo había cometido. Yo olvidaba demasiado fácilmente lo bueno y recordaba demasiado fácilmente lo malo.

¿Cómo podía cambiar eso? Decidí escribir cada día lo que percibía como bendición que Dios había dado ese día. Si estaba escrito, la mente tal vez podría olvidar, pero los datos existirían a pesar de eso. Cogí un cuaderno viejo y parcialmente usado y empecé en el acto a anotar lo que había pasado el día anterior. Cada mañana hacía lo mismo y era una bendición adicional tener mi mente puesta en lo positivo, buscando lo bueno para inmortalizarlo. Me hizo cambiar la perspectiva con la cual veía las cosas.

Había seguido ese hábito más de un año cuando un día en una conversación salió la idea que realmente era una bendición que habíamos hecho tal y no cual en cierta situación. No podíamos recordar exactamente cómo ni cuándo lo habíamos hecho, pero dije que eso no era problema. ¡Podría encontrarlo en mi cuaderno de recuerdos! ¡Iba a tener un uso práctico ese ejercicio diario!

Pero busqué en los cuadernos y no lo encontré. Evidentemente el día en que ocurrió, no me parecía una bendición. Ni me había parecido importante. Resolví en ese momento que iba a anotarlo todo, para que no olvidara las cosas. Resulta que eso no es posible, porque pasaría todo el tiempo escribiendo sin poder hacer otra cosa. Pero desde ese día empecé a escribir tanto lo bueno como lo “malo” que ocurría, porque tantas veces lo “malo” resultaba también una bendición a largo plazo.

Ahora tengo 28 cuadernos llenos de bendiciones. Por eso, si empiezo ahora a contarte mis aventuras buenas con Dios, tengo a mano el relato hecho en el mismo tiempo en que ocurrió. No te preocupes si visitas este sitio y encuentras que no he puesto una aventura nueva. ¡No se me han acabado! Y además ¡siguen las aventuras!

22.8.06

La goma del radiador

El coche viejo que teníamos cuando vivíamos en Costa Rica lo llamábamos “Hermano Burrito” porque tenía el hábito de echar las orejas para atrás y no caminar. Un sábado por la tarde íbamos a visitar a unos amigos que vivían en la ciudad de Liberia, en la parte noroeste del país. La Carretera Panamericana allí pasa por una región desierta y poco poblada. Era posible ir kilómetros y kilómetros sin ver ni casa, ni edificio, ni otro coche, ni nadie.

De repente, vimos vapor y agua sucia que salía de los lados del capó. Paramos el coche al lado del camino. Una de las gomas del radiador se había reventado, dejando una abertura de unos diez a doce centímetros de largo en un lado. Mi marido sacó de su caja de herramientas lo poco que quedó de un rollo de cinta de electricista. Apenas había suficiente para envolver la goma con una capa de cinta. (Mi marido siempre decía que no saldría de la región poblada de la meseta central sin su caja de herramientas. Yo siempre decía que no saldría de allí sin mi “mecánico”).

Pero habíamos perdido toda el agua. El agua que teníamos para beber no bastaría para llenar el sistema. Aunque habíamos encomendado a Dios nuestro viaje al principio, ahora era el momento para pedirle ayuda especial, porque estábamos a cien kilómetros de ningún lugar sin manera de movernos, y con tres niños a cargo.

Notamos que en el otro lado del camino había unos árboles juntos y descubrimos que había una casita allí. La familia tenía un pozo y nos regaló agua. También nos dijeron que había una tienda a como dos kilómetros donde tal vez tuvieran una goma de repuesto.

Había poca esperanza de encontrar nada abierto el sábado por la tarde, pero no teníamos más remedio que intentarlo. Cuando llegamos a la tienda, estaba cerrada. Mientras nos sentábamos allí hablando de qué íbamos a hacer, el dueño de la tienda llegó en su coche, como si hubiera tenido cita con nosotros. Él llevó a mi marido a una nave, que estaba completamente vacía excepto que en un rincón había unas baldas con gomas de radiador. Compramos una del tamaño correcto y la instalamos. Llegamos a la casa de nuestros amigos a tiempo para merendar.

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21.8.06

La rodilla y lo que aprendí de ella

Caerme al bajar unas gradas era cosa de un instante, el resultado de no fijarme por un segundo en por donde iba. Pero ponerme bien después no era tan rápido.

Se me partió un hueso en la rodilla, condición que el médico dijo podría dejarme lisiada por el resto de mi vida si no lo cuidaba bien. Lo cuidaba bien, pero era difícil, porque en ese entonces tenía tres niños pequeños. Al bebé de 18 meses le costó solamente unas horas descubrir que andando con muletas yo no lo podía coger. Gradualmente se estableció que Mamá no podía hacer ciertas cosas, y que todos tenían que contribuir sus esfuerzos para que la familia viviera bien.

Llegó el momento de quitar el yeso, y yo esperaba poder andar bien. Pero no. Había muchos ejercicios para hacer, y dolía mucho la pierna. No era posible hacer todo lo que había hecho antes, y muchas veces me quedé al margen de las actividades. Pedí la oración a muchas personas, pero no me sanaba. Pasaron un par de años y todavía la rodilla estaba muy tiesa y me dolía.

Un día yo estaba con unos amigos después de haber sido espectadora mientras ellos jugaban al voleibol. De repente se me ocurrió que la razón por la cual la rodilla no me sanaba era que la estaba usando como excusa para no hacer muchas cosas que no quería hacer: jugar voleibol, por ejemplo. Era muy cómodo decir que no podía hacer lo que no me apetecía hacer, y eso me había llegado a ser hábito.

Yo sentía que era el Espíritu Santo que me comunicaba esto. Conversé con el Señor y me arrepentí de esa actitud. Decidí que ya no iba a esquivar así lo que tenía que hacer. Como los amigos eran cristianos, pedí que oraran por mí y lo hicieron, aunque unos de ellos dijeron después que no creían en eso de orar por los enfermos. Dentro de media hora yo estaba caminando bien, sin cojear y sin dolor. El día siguiente podía subir y bajar gradas bien y hasta correr.

Es posible que hubiera un milagro de sanidad física, no lo sé. Pero sí sé que era un milagro que me enterara de lo que pasaba y lo que tenía que hacer para arreglarlo, y que tuviera la fuerza para hacerlo. Yo me había atada a la incapacidad pero Dios me liberó.

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15.8.06

Quiero hacer algo útil

Por unos años después de licenciarme en bioquímica trabajé en un instituto de investigación médica. El proyecto en que trabajaba era de “investigación básica”, es decir que era de interés teórico para entender cómo funcionan ciertas enzimas, pero nadie sabía si después los resultados tendrían o no aplicación práctica. Me habría gustado pasar mis días haciendo algo de valor para alguien. Decidí pedirle a Dios que me permitiera hacer algo útil.

Mientras tanto, seguía con mi proyecto. De haber leído artículos de investigación sobre enzimas similares a la nuestra, creí que asociada con la enzima tenía que haber cierta sustancia que facilitaba las reacciones. Sugerí esto a mi jefe, pero como investigar esto habría sido una desviación de la línea que proseguíamos, me dijo que no me preocupara por esa posibilidad.

Sin embargo, un mes más tarde el jefe iba de vacaciones. Me dejó una lista de pruebas para hacer, pero me reí mucho al darme cuenta que yo fácilmente podría hacerlas todas en una mañana. Tendría un mes entero para estudiar mi propio proyecto. (Se confirmó luego que esto mismo era el propósito del jefe, porque la primera cosa que me dijo cuando regresó, antes de decir ni buenos días, era de preguntar si teníamos esa sustancia o no).

Me puse a investigar, y apareció algo que podría ser la sustancia buscada, pero tendría que comprobarlo con una técnica especial. No teníamos el equipo para hacer la prueba. En el laboratorio al lado sí lo tenían y fui a pedirles el favor. En ese laboratorio intentaban identificar y aislar algo en el hígado de los tiburones que los hace invulnerables a casi todas las enfermedades. Tal vez sería una manera de evitar, o aun curar, ciertas enfermedades. Era un laboratorio grande, con mucho dinero del gobierno, mucha gente trabajando, y muchos aparatos (también mucho olor de tiburón podrido). Me dijeron que el proyectito mío no les molestaría nada.

Dejé mi pequeña muestra “cocinando” en uno de sus tanques y volví a la hora indicada para recogerla. No estaba en el tanque. Busqué por todo lado y a fin la encontré en la mano de uno de los asistentes de laboratorio, que en unos segundos le iba a echar ácido sulfúrico, que era lo que hacían con sus propias muestras. Él se puso muy reacio a la idea de que la muestra fuera mía, porque parecía exactamente como las suyas. Al fin me la dio, pero se fue corriendo a decírselo a su jefa.

Cuando vino la jefa no era para regañarme, sino para enterarse de todo lo que yo sabía acerca de esa sustancia. Resultó ser exactamente lo que ellos estaban buscando. Estimulaba los sistemas inmunes de los animales. Cuando desarrollaron esa sustancia para que saliera al mercado, claro que la chica del laboratorio a lado no recibió ningún reconocimiento. Yo no buscaba reconocimiento, sino un sentido de haber hecho algo de valor práctico. Dios me había contestado la oración sin cambiarme de proyecto.

¿La sustancia? Tiene varios nombres: ubiquinona-10, co-enzima Q-10, CoQ-10 o sencillamente Q-10. Puedes comprarlo en la caja de muchos supermercados y en tiendas de comidas orgánicas. Si te parece caro, recuerda cuánto costó descubrirlo.

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12.8.06

Un accidente del tren

Un par de años después de haber conocido a Jesucristo, me gradué de una universidad en el estado de Iowa en Estados Unidos, y fui a la ciudad de Nueva York para empezar estudios de postgrado en la Universidad Columbia. Unos amigos con quienes había pasado el verano me hicieron prometer que buscaría cierta muchacha que conocían que también estudiaba en la ciudad. Decían que ella tenía muchos problemas y le urgía tener una amiga.

Al prometer ayudarla, yo no sabía (y a lo mejor ellos tampoco) cuán difícil sería encontrarla entre tantos millones de personas, sin tener su dirección ni teléfono ni indicios exactos de donde estudiaba. Yo iba a la ciudad como cateta ignorante del campo, sin mucha idea de lo que me esperaba allí. El ir tan lejos solita era una aventura nueva y yo tenía mucha ilusión de lo que Dios iba hacer conmigo allí.

Fui en tren desde Chicago a Nueva York. A la mitad del viaje, en horas de la madrugada, mientras todos los pasajeros dormitábamos lo mejor que podíamos, de repente el tren paró, tirándonos de los asientos. Hubo un ruido fuerte y podíamos oír ruidos debajo del vagón. Un poco después pasó entre nosotros un oficial que dijo que habíamos chocado con una furgoneta que estaba parada en la vía, pero que nadie estaba ni herido, que todo estaba bien, excepto que el choque había dañado la máquina del tren y tendríamos que esperar allí hasta que nos llegara otra.

Naturalmente toda la gente que antes tenía mucho sueño ya estaba bien despierta. Antes nadie hablaba con nadie, respetando la privacidad. Pero en una aventura como estar en un accidente de tren, todo el mundo se sentía la libertad de hablar con su vecino. En eso descubrí que la muchacha a quien tenía que buscar estaba en el asiento exactamente detrás de mí.

Para mí, esto confirmaba que yo estaba en buen camino. Dios no solamente me había protegido en el accidente sino que lo había usado para lograr lo que Él quería hacer en mi vida y en la de mi nueva amiga. Estaba convencida que Él era capaz de controlar mi futuro, ocuriera lo que ocuriera.

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10.8.06

La bombona

Mi marido y yo y nuestro hijo adolescente llegamos a España en octubre del 1989. Como no teníamos muebles, alquilamos una casa amueblada y empezamos a aprender cómo vivir aquí. El dueño de la casa explicó que había una huelga de los repartidores de butano y por eso solamente podía suplirnos una bombona casi vacía. Dijo que nos buscaría otra. Al mover la bombona nos dimos cuenta que había como máximo seis centímetros de líquido. Como nunca habíamos usado bombonas, no teníamos idea de cuánto tiempo tal cantidad podría servir a tres personas para bañarse y comer caliente.

El dueño volvió dos semanas después sin traernos una bombona llena y expresó sorpresa que no se había terminado la que teníamos. Le aseguramos que comíamos y nos bañábamos bien, pero después que él se fue empezamos a preguntar si realmente nos íbamos a quedar sin butano. Ya usábamos lo mínimo y no podríamos economizar más. Estábamos convencidos que Dios nos había indicado que viniéramos a España y que habíamos obedecido su dirección. Decidimos que en tal caso le tocaba a Dios hacer las provisiones y que no nos íbamos a preocupar.

Cuando el dueño vino a cobrar (sin bombona) dos semanas más tarde, estaba atónito al saber que seguía funcionando la que teníamos. Le contamos la historia de una viuda en la Biblia, que Dios hizo que un poco de aceite que ella tenía llenara muchos jarros. El hombre opinó que algo por el estilo ciertamente pasaba.

El último domingo de noviembre cuando preparé la cena, terminé de cocinar pero no apagué la candela. Se apagó solo. Después de 46 días, se había terminado el butano. Nuestro hijo opinó que a lo mejor se había terminado la huelga. De hecho, la mañana siguiente el camión estaba en la calle, a tiempo para que desayunáramos con café.

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9.8.06

¿En cuál lado estás tú?

Cuando yo estudiaba en la universidad pude ver que el mundo estaba en una guerra. No me refiero a guerras entre naciones, peleadas con bombas y tanques. Hablo de la guerra que hay entre las fuerzas que luchan para el bien y las que luchan para imponer lo malo en la vida de la gente.

Por un lado tenemos la corrupción, los engaños, la injusticia, el odio, los robos y los asesinatos. Hay familias rotas y personas dañadas. Hay los que se imponen sobre otros o dañan el medio ambiente para ganar dinero o presitgio.

Por el otro lado hay los que quieren vivir en paz y orden, que luchan no para si mismos, sino por al justicia y la verdad.

Y cuando vi que existía tal lucha, me vino el pensamiento _¿En cuál lado estás tú?_

Vi que no era posible declararme civil y fuera del combate. Si no luchaba para el bien, ya estaba participando en el lado de los que buscaban su propia comodidad a costa de los demás. Sin embargo, no me atraía mucho luchar para el bien, pues la mayoría de mis amigos me considerarían tonta.

Eso fue hace años, pero no puedo decir que las cosas hayan mejorado nada. También he aprendido que la lucha es más dura de lo que yo había pensado. No es posible cambiar el mundo prohibiendo lo malo, pues éste cambia de forma y sigue. Sería necesario cambiar la actitud de la gente. Pero no soy capaz de cambiar a otra persona. Apenas puedo cambiarme a mi misma. Cuando quiero hacer algo tan sencillo como bajar de peso unos kilitos ¡descubro que ni esto es fácil! No creo que yo sea tan excepcional en esto.

Pero tal y como soy, sin cambiarme, no puedo luchar contra el mal, pues participo también en lo malo. Estoy en contra de la corrupción, pero si se equivocan en el cambio cuando compro algo, me gustaría quedarme con el dinero extra. Estoy a favor de obedecer a las leyes de tráfico, pero a veces el pie se me pone pesado. Como el apóstol Pablo describió su propio dilema, "No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, y en cambio aquello que odio es precisamente lo que hago."

La salida del dilema es que Jesucristo vino a este mundo para destruir las obras de maldad. Si yo le invito a hacer su obra en mí, poco a poco, a la medida que soporto yo, Él me va cambiando y alistando para la batalla.

A veces cuando comparto esto, la gente se ríe. Dice que está harta de la religión. Preguntan si no sé que la Iglesia misma ha sido fuente de mucha maldad a través de los siglos.

Pues, sí, es cierto. Pero no hablo ni de la religión ni de la Iglesia. Hablo de la persona de Jesucristo, que no quedó muerto en la cruz, sino que resucitó. Vive hoy. Tiene como su propósito levantar a un pueblo que le conozca y que le siga. Cambiará el mundo persona por persona.

¿En cúal lado estás tú? No es posible quedarte fuera del conflicto entre el bien y el mal. Terminarás siendo parte de la solución o parte del problema.

Tú tampoco puedes cambiar el mundo. Necesitas unirte a Jesucristo para que Él realice en ti el propósito por el cual veniste al mundo.

Te animo a decidir seguir a Jesucristo.

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