Buenas Aventuras

En general, la religión es aburrida. Sin embargo, no hay nada más interesante en toda la creación que Dios mismo. No hay aventura mejor que las que podemos tener con Jesucristo. Siempre resultan buenas, y las historias no tienen nada de aburridas. Ser "bienaventurado", equivale a ser bendecido. Hace más de 40 años empecé a tener aventuras con Cristo. Aquí comparto contigo algunas de mis historias.

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Lugar: Indiana, United States

25.1.07

Me estaban esperando

Supongo que podría vivir sin reloj en la casa, puesto que tengo un gato siamés que conoce perfectamente mi rutina y me recuerda cuando hay que hacer algo. Sabe cuando es hora de acostarse, por ejemplo, y empieza a quejarse si la gente decide trasnochar. Si tardo demasiado en empezar a preparar el almuerzo, no me deja ni un minuto de paz.

Por las mañanas suelo recoger la cocina después del desayuno y luego sentarme un tiempo para leer la biblia y orar. Al gato le gusta sentarse en mis regazos. Hoy me acerqué a la butaca donde normalmente me siento y la descubrí ya ocupada por el gato. No estaba dormido como en la foto, sino sentado. Me estaba esperando.

Sentía que Dios me decía que Él también me estaba esperando. Había tenido paciencia mientras yo limpiaba y arreglaba y guardaba y barría y un montón de cosas más, pero Él tenía ganas de estar conmigo. Estaba contento que al fin yo había llegado a la cita. No entiendo por qué a Dios le da placer asociarse con gente como yo, pero ha dicho en su Palabra que nos busca para tener comunión con nosotros.

Un privilegio enorme. Lamento haberle hecho esperar.

22.1.07

Una carta de madrugada

Anoche recibí una llamada telefónica de unos amigos en una situación muy difícil. Pidieron la oración y unos consejos. Les escuché, les dije lo que me parecía correcto que hicieran en el caso y oré por ellos. Había hecho lo que querían.

Pero luego a las cuatro de la madrugada me encontré muy despierta, pensando en mis amigos. Se me ocurrió que podría también ayudarles escribiéndo una carta, y las palabras de la carta empezaban a venir a mi mente. Después de un tiempo ya no aguantaba más. Me levanté y escribí la carta. O mejor dicho, presté mis dedos y la carta se escribió por si misma. Nunca he escrito nada tan fácilmente, aunque era una carta teóricamente muy difícil.

Dios ama mucho a mis amigos, especialmente a las cuatro de la madrugada.

13.1.07

Libertad para Rosa

Rosa me había invitado a su casa para explicarle lo que implica estar lleno del Espíritu Santo. Había visto los cambios espectaculares que el Espíritu había producido en su hija, y quería lo mismo para sí.

Juntas leímos los pasajes bíblicos que tratan el asunto. Ella estaba muy deseosa de tener alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio que son resultados de estar dirigido por el Espíritu (Gálatas 5: 22 – 23). Pero se sorprendió mucho al leer los versículos justamente antes de este pasaje, que hablan de los resultados de seguir los malos deseos que tenemos como parte de nuestra naturaleza humana. Se sorprendió porque además de mencionar la inmoralidad, los odios, la envidia, y cosas así, también señalan la brujería.

Ella no era bruja, ni mucho menos, pero había visitado muchas veces a una “sabia” para conseguir ayuda con problemas de la familia. No sabía que Dios no estaba de acuerdo con tal práctica, y así tenía en su habitación dos cajas de cosas que supuestamente operaban para controlar a sus familiares.

Pero habíamos hablado mucho ese día. La hora ya estaba avanzada y yo tenía un compromiso importante. Tuve que dejarla en ese momento, pero nos pusimos de acuerdo en vernos otra vez la semana siguiente. Mientras tanto ella se desharía de sus talismanes e invitaría a Jesucristo y al Espíritu Santo a tomar primer lugar en su vida.

Cuando volví, encontré a Rosa confundida y avergonzada. Dijo que no había podido tirar las cajas de cosas, que había sido físicamente imposible. Se había acercado al estante donde estaban, pero fue incapaz de levantar los brazos para coger las cajas. No entendía lo que le pasaba y temía que yo creyera que lo estuviera inventando.

Averigüé que tampoco había entregado su vida al Señor. Empezamos por allí. Ella pidió perdón al Señor por los años en que había andado a su aire sin tomarle en cuenta, e invitó al Espíritu a entrar en ella. Apenas terminada la oración cortita, se puso de pie diciendo que ya podía tirar las cajas. Las trajo de inmediato sin problemas y tiramos las cosas de tal manera que no pudieran afectar a otros. Luego ella abrió las ventanas y declaró que se sentía libre y fresca por primera vez en mucho tiempo.

La fuerza de maldad es real. No podemos combatirla con nuestra fuerza solamente. Necesitamos el poder de Dios para liberarnos.

4.1.07

Aun cuando te equivocas

Mi marido y yo habíamos pasado dos días disfrutando la sierra al norte de Sevilla e íbamos ya para la ciudad porque un amigo nos esperaba a las seis de la tarde. Sin embargo como estábamos en la sierra, decidimos intentar encontrar otro lugar que habíamos visitado hacía muchos años. Y nos perdimos. Nos costó unas horas ponernos en camino de nuevo.

Cuando nos dimos cuenta que era ya muy tarde y no podríamos reunirnos con nuestro amigo, le llamé para que no fuera al lugar del encuentro. El amigo me agradeció por haber devuelto la llamada. Pero ¿cuál llamada? Le dije que yo llamaba para disculparnos del encuentro. Resultó que hacía solamente unos minutos él había dejado un mensaje en el teléfono de nuestra casa diciendo que tenía una emergencia y no podría vernos ese día.

Él tenía una emergencia. Nosotros nos habíamos perdido. Todos tuvimos que cambiar nuestros planes. Pero de una manera u otra salimos haciendo lo que teníamos que hacer. Cuando uno camina con Jesucristo da igual si hay emergencias o si nos equivocamos o si pasa otra cosa que consideramos negativa. El Espíritu Santo siempre es capaz de guiarnos en el camino que Él ha preparado.

3.1.07

Señor, ten piedad

Sonó el timbre. En la puerta encontré a una vecina que había conocido hacía tiempo en una reunión cristiana. Después de las formalidades, salió que había venido para que yo le curara de una obsesión que tenía para la limpieza. La pobre sufría mucho de sentirse obligada a lavar tantas veces los mismos objetos y nunca estar convencida que hubiera limpiado lo suficiente. Ella había oído que yo era psicóloga y suponía que, siendo hermanas en Cristo, yo estaría encantada de hacer el trabajito (gratis, por supuesto).

Encantada o no, yo veía unos problemas serios en aceptar el desafío. Primero, la literatura profesional estaba llena de artículos debatiendo cuál era la mejor manera de tratar esa condición. En realidad nada servía muy bien, y después de mucho tiempo de tratamiento muy pocas personas salían realmente liberadas. Segundo, yo no tenía tanto tiempo para dedicarle, habiendo recientemente aceptado otros compromisos. Pero ¿cómo podría decirle que no le iba a ayudar?

Así que le di unas sugerencias prácticas para paliar las compulsiones y luego ofrecí orar por ella. En voz alta yo pedí al Señor que tuviera piedad de ella, que le ayudara a poner en práctica lo que le había dicho, y que le liberara de esas compulsiones. Y en voz baja pedí que el Señor tuviera piedad de mí, que la sanara a ella de una vez para que yo me liberara de las visitas repetidas que yo sabía que ella me haría.

Ella se fue y no volví a verla por más de un año. Entonces por casualidad nos encontramos en un culto de una iglesia evangélica y el pastor invitó a la gente a compartir con todos alguna bendición que Dios le había dado. La mujer se levantó y contó que había sufrido tantos años, pero que yo le había sanado con mi oración.

Os aseguro que no la sané yo.

2.1.07

Deja que suene el teléfono

Mientras barría la casa empecé a pensar en una cita que mi marido tendría en la noche. Venía Roberto para la primera sesión de una "introducción" a la vida cristiana. Roberto había decidido creer en Jesucristo hacía un par de años, pero hasta la fecha nadie le había orientado en cuanto a cómo vivir la vida cristiana.

Yo sabía que el encuentro de esa noche era de mucha importancia para la vida de Roberto. Pero se me ocurrió que él no querría acudir. Sería más cómodo no examinar su vida, especialmente con otra persona. Como él era una persona muy cumplida, a lo mejor llamaría para disculparse y salir del compromiso. Para no tener que hablar con mi marido, llamaría durante el día cuando sabía que Edwin no estaba en casa. Pero yo no tenía autoridad para reñirle y decirle que viniera. Yo sería nada más la mensajera para informar de la cancelación. Tenía que evitar hablar con él, entonces, para que la cita no se cancelara. El teléfono no tenía servicio de identificación de la persona que llamaba, así que la única manera de asegurar la falta de comunicación era de no contestar el teléfono el resto del día. De alguna manera yo sabía que eso era lo que tenía que hacer.
Apenas había tomado esa decisión cuando sonó el teléfono. Siempre me molesta ese sonido, pero resistí la respuesta habitual. Dejó de sonar, pero obviamente él intentaría de nuevo. Varias horas después sonó de nuevo, con el mismo resultado. Media hora más tarde sonó de nuevo, y en eso yo sabía que le entraba la ansiedad, porque la hora se acercaba. Cuando sonó por cuarta vez, yo oía el motor de nuestro coche y salí a animar a Edwin a venir rápidamente para contestar.

Edwin no le dejó cancelar la cita. Vino y los dos hablaron varias horas. Cuando Roberto iba saliendo de la casa, me confesó que había llamado tres veces durante el día para cancelar la cita. Decía que había probado la vida cristiana, pero a él no le servía. Así que ya había roto todas las demás relaciones con creyentes, había quemado su biblia y los libros cristianos, y su llamada a mí iba a ser el último contacto de su vida con gente creyente. Esa noche cambió de parecer y decidió continuar con el Señor. Sigue fiel a Él hasta el día de hoy.

De punto de vista de Roberto, anima mucho saber a qué punto está dispuesto Dios a buscar a sus ovejitas perdidas y devolverlas al redil. De punto de vista mío, me animaba saber que yo podía escuchar bien la "voz" callada pero insistente del Espíritu Santo.

1.1.07

Una planta marchitada

Juana llegó a la tertulia con una planta en la mano y confusión en la cara.

La semana antes habíamos hablado del deseo que casi todos tenemos de empezar de nuevo, como una persona nueva, sin los malos hábitos y errores que nos complican la vida. Pero cuando luchamos para cambiar, a pocos días descubrimos que somos iguales que antes. Yo había contado al grupo que cuando empecé mis aventuras con Cristo encontré que al invitar a Cristo a mandar en mi vida había otro poder ayudándome. Podía cambiar unas cosas que había resistido mis intentos antes. Animé a mis amigas a considerar una relación íntima con Jesucristo, pero Juana no estaba convencida.

Ella fue a su casa dudando no de la existencia ni del poder de Dios, sino de la posibilidad de que ella misma pudiera cambiar. Era una mujer bastante dura y conflictiva, que no sonreía. Consintió en leer los pasajes bíblicos que todas íbamos a leer entresemana, pero la noche antes de la tertulia ella observaba una planta marchitada que tenía en casa y se dijo que sería tan posible que ella cambiara como que esa planta floreciera. Que ella pudiera recordar, la planta nunca había producido flores.
La próxima mañana cuando ella se levantó, había una flor en la planta. Juntamente con otras en la tertulia, ella decidió dejarle a Jesucristo la oportunidad. Se llevó a su casa la planta con su flor y también una sonrisa en la cara que anunciaba el inicio de nueva vida por dentro.